La modernidad de lo clásico, o el clasicismo de lo moderno Veinticinco años se cumplen, justo por estas fechas, de la muerte de Pablo Sorozábal, uno de los nombres más eminentes de nuestro género lírico por sabiduría, ingenio y modernidad. El Teatro de la Zarzuela, en esta temporada más que notable, ha tenido el buen tino de honrar la memoria del maestro donostiarra, y de hacerlo por partida doble: por un lado, volviendo a los clásicos con La del manojo de rosas, y por otro, dentro de unos meses, con la recuperación de un título más inhabitual como es Black, el payaso. La grandeza de Sorozábal y su mayor aportación al género reside en su extraordinaria capacidad de renovación, pero partiendo siempre desde la esencia misma del género. Lo viste y lo transforma de arriba a abajo, pero el "cuerpo" sigue siendo reconocible. Un ejemplo supremo de esa sabiduría suya para conjugar modernidad y clasicismo fue (¡y es!) La del manojo de rosas. Y en esa misma fuente supo beber Emilio Sagi para recrear su visión de la obra.
Entre tantas virtudes, sin embargo, también conviene apuntar algunos elementos que no acaban de estar bien resueltos. Señalamos dos, uno de cierta importancia, y el otro menor. El primero se refiere a la supresión como tal del cuadro segundo del primer acto. El hecho de que la acción no cambie de lugar y siga desarrollándose en el mismo sitio, con la floristería al lado del taller mecánico, hace poco comprensible la sorpresa de Ascensión al descubrir que Joaquín es un burgués bien asentado. ¿Cómo es posible que siendo su madre una clienta habitual de la floristería no sepa que su hijo trabaja en el taller y nunca antes hayan coincidido?... Y la supresión de ese cambio escénico, da al traste también con la transición de vuelta al cuadro tercero, que se produce durante la romanza de Ascensión, y cuyo efecto tan original, del cual Sorozábal siempre se mostró muy orgulloso, queda aquí completamente anulado. El segundo elemento negativo que queremos señalar es muy menor, pero por eso mismo se entiende mal que no se le haya puesto remedio: justo antes de atacar su romanza, Joaquín se despide de Ascensión con un "buenos días", unas palabras que contrastan sorprendentemente con la noche que va cayendo sobre la escena. En cualquier caso, estas leves disonancias apuntadas, no empañan en absoluto la deslumbrante calidad de este montaje que, por derecho propio, se ha convertido en un clásico referencial del género. Buenísima labor desde el foso del maestro Miguel Angel Gómez Martínez, que parece que, tras una larga carrera internacional en el campo operístico y sinfónico, ha sido ganado para la causa zarzuelística. Tras su debut hace justo un año con El juramento, ha vuelto a tomar la batuta en el Teatro de la Zarzuela con un título diametralmente opuesto. Las virtudes mostradas en la obra de Gaztambide (elegancia, pulcritud, transparencia, cuidado en el detalle) se han vuelto a poner de manifiesto también en esta oportunidad, pero además ha sabido redondear la faena insuflando a la obra un garbo, un vigor y una tensión que quizás se echaron en falta en El juramento. El gusto del maestro por los tempos dilatados (pero sin perder nunca el pulso) y por los sutiles juegos dinámicos, consigue momentos extraordinarios, como el chotis del primer acto (recreado con mucha originalidad), la romanza de Ascensión (iniciada a flor de labios por la soprano, a requerimiento del maestro), o la delicadeza y las "esfumaturas" del dúo-habanera del segundo acto. Gómez Martínez se mostró además atentísimo con los cantantes, a los que mimó, y casi llevó de la mano, pero a los que al mismo tiempo exigió ductilidad y fantasía en la expresión. Y de la orquesta consiguió un óptimo nivel, con un sonido transparente y cristalino, dentro de lo que cabe, que sirvió por ejemplo para realzar la imaginativa orquestación de Sorozábal en amplios momentos de la partitura, así como las claras resonancias jazzísticas del fox-trot. En el reparto vocal se unió, como diría Espasa, "lo útil con lo deleitoso". El papel protagonista fue defendido por la soprano valenciana Carmen Romeu, quien se ha convertido ya en una intérprete habitual en los repartos del Teatro de la Zarzuela. Mucho mejor aquí como Ascensión que como Marina hace sólo unos meses. En la obra de Arrieta parecía perdida y fuera de sitio, pero con la florista madrileña ha encontrado un papel más a su medida, que le permite lucir lo mejor de su voz, que es un centro carnoso y compacto, y sus buenas maneras para frasear con intención. Como ya hemos comentado, el maestro Gómez Martínez le exigió mucho en su romanza, comenzada a media voz de manera muy aceptable, para ir creciendo en intensidad y expresión a lo largo de todo el fragmento. Nos alegra que, tras el bache de Marina, hayamos podido reencontrarnos con la soprano que tan buenas sensaciones provocara en su debut, hace un par de años, con el programa doble formado por El trust de los tenorios y El puñao de rosas. José Julián Frontal (Joaquín) fue de menos a más. Tras un primer acto en que parecía despistado e incómodo (tampoco le ayudaba a centrarse el enfoque dado a su personaje, entre displicente y cómico, no se sabe si por iniciativa suya o de Sagi), se vino arriba por completo en el segundo acto. La voz ya denota cansancio, y el abuso de los sonidos abiertos hace que sufra mucho en el registro agudo, que sale completamente retrasado, sin expansión y sin brillo, pero la clase en el decir que le ha acompañado siempre, eso no ha variado. Su romanza y el dúo posterior con la soprano, fue un modelo de fraseo, de atacar con suavidad los sonidos, y de acariciar y colorear las melodías, al estilo del gran Renato Cesari. De nulo interés, en cambio, el Ricardo de (valga la redundancia) Ricardo Bernal, un cantante de escasos recursos técnicos y expresivos. Muy envarado escénicamente, y con una voz pésimamente emitida y por ende muy poco audible. Mención especial para Luis Varela (Espasa) en un papel que es ya como su segunda piel, dada la cantidad de veces que lo ha interpretado, pero con el que siempre logra ir un poco más allá. Se nota que ha mamado el arte de los viejos cómicos para modular las entonaciones y colocar las frases, logrando siempre que causen la comicidad justa. Y tiene mucho mérito conseguir nuevos matices y nuevas intenciones en unos diálogos que todos los aficionados nos sabemos casi de memoria, y que además él incorpora por enésima vez. Fue muy aplaudido en un mutis, y ovacionadísimo en los saludos finales.
Emilio Sagi, en las notas escritas en el magnífico libro-programa editado por el Teatro de la Zarzuela para estas representaciones, dedica esta reposición de La del manojo de rosas a su tío Luis, fallecido a la venerable edad de 99 años hace sólo unos meses. Sirvan estos comentarios también como homenaje a la figura inolvidable del primer Joaquín: Don Luis Sagi-Vela. © Antonio Díaz-Casanova 2013 17 de diciembre de 2013 - Ensayo
General con el segundo reparto
Precisamente la noche de autos y en pleno transcurso del ensayo del primer acto, por la radio del taller, donde se escucha por un momento música, empieza a sonar un fragmento de la mítica grabación de La chulapona de Berganza. La acción se interrumpe e Inés Ballesteros (Clarita) tras preguntarse por qué suena esa música en esa voz se dirige al palco de la dirección del teatro donde Teresa Berganza gesticula emocionada al descubrir el homenaje que se le ha preparado por sorpresa. Sale después a escena Emilio Sagi para presentar a una serie de invitados que quieren con su presencia honrar a la ya octogenaria cantante: María Bayo (su gran alumna), Luz Casal (una entrañable amiga), Antón García Abril (que puede presumir de haber compuesto para su voz), Ruggero Raimondi (su Escamillo inseparable) y Luigi Alva (su no menos imprescindible Conde Almaviva). Traída con estratagemas por sus hijas y nietas, la mezzo madrileña, micrófono en mano agradece a todos (haciendo especial énfasis en el público que es a quien debe sus éxitos) desde el iluminado palco que ocupa la inesperada felicitación por sus "cuatro veces veinte" años. Ni que decir tiene que al ensayo asistió toda la profesión, volcada completamente en este emotivo acto. Al acabar la función salieron al escenario la compañía en pleno junto al director artístico del Teatro, Paolo Pinamonti, y el Director General del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música, Miguel Ángel Recio. La homenajeada descubrió junto a ellos una placa conmemorativa en la bella escenografía de Gerardo Trotti. Este bonito recordatorio ahora lucirá cada vez que esta aclamada producción se reponga junto a esa floristería que la Berganza hizo suya. Sobre la función del ensayo no queremos pronunciarnos por los motivos expuestos más arriba, lo que no es óbice para reconocer el potencial de todos los jóvenes intérpretes que han participado. En relación a la obra y a la producción no queremos añadir nada a las enjundiosas y atinadas palabras de Antonio Díaz-Casanova, nuestro nuevo fichaje, a quien damos una calurosa bienvenida a este portal. Tan solo nos permitimos una licencia: aunque no atendimos el estreno sí que pudimos asistir a la función de Inocentes (la del 28 de diciembre) y podemos constatar cómo Carlos Crooke y Ruth Iniesta tras los nervios del estreno apuntados por nuestro flamante crítico, lucen esplendorosos en sus lucidos roles. Si en Crooke ya habíamos atisbado hace cierto tiempo a uno de los grandes tenores cómicos del momento, a Iniesta no podemos por menos que motejarla como "la tiple cómica del siglo XXI", bueno, o al menos de lo que va de él. © Ignacio Jassa Haro 2013
29-XII-2013 |