Teatro de la
Zarzuela, Madrid Sobre el papel este programa doble resultaba muy dispar una revista madrileña frívola recuperada tras décadas de olvido sirviendo de guarnición a una de las más serias zarzuelas chicas de ambientación andaluza. Si bien es cierto que en ambos títulos comparte autoría el gran sainetero Carlos Arniches, debo confesar que mi estado de ánimo antes de que se alzara el telón se acercaba más a la pura curiosidad que al intento de satisfacer unas expectativas. Mucha gente que no sabía nada sobre la primera pieza sí que conocía en cambio un número aislado de El trust de los Tenorios (1910), la breve jota cantada por un tenor que encarna a un Aragonés durante el disparatado concurso internacional de comparsas del carnaval veneciano. Muy impactante resultó también en el teatro, donde fue interpretada con resonante aplomo por Julio Morales quien habría merecido regalar el bis que se le demandó, algo que tristemente no tuvo lugar. Qué fascinante resulta ver este olvidado sainete revisteril al completo. El argumento ligero y ligeramente ingenuo -hay que admitirlo- nos presenta al Secretario del Trust en cuestión recorriendo el planeta mientras huye a hurtadillas con su mujer a cuestas para ponerla a salvo de los propósitos seductores de un vengativo compañero de club. Este es un mero pretexto para una serie de divertissements ligeramente eróticos y totalmente absorbentes ambientados en París, Venecia y en un Oriente extrañamente compuesto de la India de Lakmé, el Egipto de Aida y una especie de Arabia de El Rastro.
La producción presentó una mezcla de proyecciones y elementos escenográficos corpóreos sobre los que discurrió la deslumbrante exhibición de trajes y coreografías, que fueron -como la música- la esencia de este espectáculo. Tuve la suerte de disfrutar de todos y cada uno de los minutos del espectáculo y la sensación de entusiasmo que se comunicaba de cada lado del proscenio al opuesto se combinó para hacer posible una de esas horas mágicamente deslumbrantes que sólo la zarzuela puede ofrecer. No podemos dejar de mencionar la contribución como solista de María Elena García -de ágil y acaramelado instrumento- en los grandes números para las coristas argentinas e hindúes aunque sólo sea porque, desconcertantemente, el programa de mano no incluye su biografía. Deseamos lo mejor para esta joven soprano de dulce colorido vocal. Con el que es el primer gran montaje de El puñao de rosas (1902) que muchos han podido disfrutar durante su vida como aficionados, la noche cambió de tono desde lo ¿simplemente? disfrutable a lo memorable y, por qué no, a lo importante. Importante dado que esta producción bellamente preparada desmintió la vieja y heredada aseveración académica de que la historia de la ópera española comienza y termina en 1913 con La vida breve de Falla. Sus costumbres andaluzas y el retrato intensamente realista de una horrible y dura vida campesina sin esperanzas, su argumento basado en la seducción frustrada de una chica labradora a manos de un señorito irresponsable (el hijo del terrateniente), las inflexiones gitanas tanto en la música como en el habla, hacen en conjunto de El puñao de rosas -como también le ocurre a La tempranica de Giménez dos años más antigua- un paso insoslayable en el camino que conduce a la ópera de Falla.
El sencillo escenario giratorio nos muestra una cabaña campesina excavada en la roca y un macizo rocoso, tal y como pide la trama. La exquisita atención desplegada por Luis Olmos en su última producción al frente del Teatro se hace extensiva a la detallada y sensible dirección de las escenas dialogadas en dialecto andaluz y al celo puesto en la actuación actoral. No da la sensación de que los parlamentos sean entendidos como un modo de hacer tiempo entre número y número, algo que está en sintonía con la gran calidad de los diálogos firmados por Carlos Arniches. Nunca he escuchado a la orquesta titular tocar como lo hace bajo la batuta de Cristóbal Soler, cuyos tempi son perfectos y cuyo pulso es tan persuasivo y flexible en su justa medida. El nuevo director musical va a convertirse en un gran activo para La Zarzuela. Y no me duelen prendas para reconocer, como cabría esperar, que el trabajo del Coro del Teatro resulta en todo momento emocionante y preciso, algo que ha sido norma durante el periodo en que lleva siendo comandado por Antonio Fauró. Muchas producciones del Teatro de la Zarzuela me han sorprendido, encantado y emocionado a lo largo de los años, pero en contadas ocasiones me han llegado tan hondo como ahora. Lo que a priori parecía un emparejamiento incogruente -un bomboncito del Serrano joven, sólo famoso por una breve pieza de lucimiento para tenores, unido a una tragedia verista de Chapí de la que a pesar de gozar de fama apenas se tenía recuerdo vivo de su puesta en escena- en la práctica se convirtió en un auténtico triunfo. La zarzuela se halla suspendida entre un polo de agradable frivolidad y otro de profunda tragedia, pero es muy poco frecuente ver yuxtapuestos ese norte y ese sur de un modo tan directo y memorable como éste © Christopher Webber
2011
11-XI-2011 |