Ha cerrado el Teatro de la Zarzuela el extraordinario ciclo de conciertos líricos de la presente temporada con la versión concertante de una obra íntimamente ligada a la historia de la casa, El relámpago (1857), con libro de Francisco Camprodón basado en una ópera-comique francesa y con música de Francisco Asenjo Barbieri. Es tanto el tiempo que llevamos alentando a los que tienen capacidad de influir en la programación del coliseo de la calle de Jovellanos para que se incluyeran en sus temporadas obras líricas en versión de concierto que casi nos avergonzamos de decir que se cometió un grave error de cálculo al integrar este evento en el mentado ciclo en lugar de haberlo incluido en la propia temporada lírica, anunciado eso sí como versión no escénica como acostumbran a hacer la mayoría de teatros de ópera. De ese modo se le habría otorgado una infinitamente mayor difusión entre quienes se interesaran por la programación y por ende habría garantizado que todo el papel de las dos noches se agotara, algo que tristemente no llegó a ocurrir. [Vemos con contento que para la temporada próxima recién presentada sí que se ha tomado esta precaución con el caso de La tempranica.] Y decimos tristemente porque cuando una ciudad está pegándose por conseguir entradas para acudir a espectáculos para-operísticos como Vida y muerte de Marina Abramovic que se exhiben dentro de la temporada lírica del Teatro Real pero a la par ignora una recuperación como ésta, hay que preguntarse qué es lo que falla... Por cierto, que la cuestión de la recuperación de este título del maltratado catálogo de zarzuela isabelina debe ser también matizada ya que la compañía Ópera Cómica de Madrid produjo un montaje de El relámpago en el Teatro del Bosque de Móstoles en el otoño de 2005, que, eso sí, tuvo impacto limitado no logrando ser repuesto en más lugares. La puesta en escena que dirigiera Francisco Matilla pudo revelar algo que intuimos que ha podido animar al Teatro de la Zarzuela a tentar su aproximación a esta obra en forma de concierto antes de apostar por su lectura integral escenificada la simplicidad de la trama argumental romántica -que Camprodón toma como dijimos más arriba de una pieza francesa, L'éclair de Eugène de Planard y Henri de Saint-Georges con música de Fromental Halévy- que sin embargo no es óbice para que Barbieri escribiera una de sus más felices partituras en la línea "italiana" de Mis dos mujeres o de Jugar con fuego aunque bien contrastante de la más "francesa" de Los diamantes de la corona o de la opción "indígena" que ya plantea desde Gloria y peluca y que llega al cénit de su expresión con Chorizos y polacos o con Pan y toros. Pero como muy bien indica Gerardo Fernández San Emeterio en sus detalladas notas al programa, la historia no por sencilla deja de resultar jugosa para un compositor, ya que casi todo lo que ocurre es escena pasa en el territorio del corazón. En coherencia con ello esta pieza exhibe maravillosos números a solo escritos para los tres protagonistas serios, sin perjuicio de inspiradísimas combinaciones a dúo (como la de las dos tiples en el primer acto, que logra caracterizar a las dos rivales amorosas) y a cuatro voces (como el cuarteto del segundo acto, una verdadera filigrana) o de logrados y efectistas concertantes de cierre de cada acto. El coro (tan sólo masculino) tiene por su parte un protagonismo indiscutible, con números de extraordinario lucimiento como el aire de tango conclusivo de la zarzuela que por ignorancia supina del director musical fue trasladado a la transición de los actos segundo y tercero (¡inicialmente iba a suprimirse como atestiguan las notas al programa publicadas!), quitándole el espacio dramático que Barbieri le otorgara y que tantos aplausos arrancó del público madrileño que lo hizo suyo desde el estreno. Pero si a José Miguel Rodilla le hemos dado una de "cal", la de "arena" no debe hacerse esperar: el director orquestal murciano ha sabido tomar el pulso a la obra y desarrollarla musicalmente con creciente interés, alcanzando una perfecta sintonía con sus cantantes y sacando de la ORCAM, en la configuración que podríamos llamar "de concierto" o de las "grandes ocasiones" (o sea aquella en la que tocan los profesores titulares que integran en teoría su plantilla y que no deberían faltar nunca ), una sobresaliente prestación. Colores, dinánicas, empastes o volumen sonoro fueron acertados y permitieron lucimiento a los cantantes y a la partitura. Al final del concierto el maestro se reconcilió con el compositor al que había tratado de enmendar saludando al público partitura en mano en un detalle que le honra como intérprete. Las dos tiples protagonistas y rivales argumentales, rivalizaron también en la limpieza de la emisión, en la elegancia del fraseo y en su sabiduría dramática. Si Ana María Sánchez dio relieve al personaje de Enriqueta, con el poderío todavía impresionante de su voz, Yolanda Auyanet, nos recordó los logros con que ya nos entusiasmó en Los diamantes de la corona hace dos temporadas. Su oponente amoroso, el tenor José Luis Sola emocionó al auditorio con su pequeña pero bellísima voz al encarnar al marino León, aunque mantuvo una rigidez corporal y una actitud rehuyente hacia el público que quitaba toda naturalidad a su canto; si este joven cantante logra superar el miedo escénico que no pudo ocultar tendremos en él a uno de los próximos valores de la lírica española. A pesar de ese elemento perturbador del canto su lectura de la romanza del primer acto arrancó la que quizá fuera mayor ovación de la noche, en una velada que contó con no pocos momentos de celebración popular. Cerraba el corto reparto el tenor (con cometido, en este caso, de tenor cómico) Lorenzo Moncloa, quien a sus contadas ocasiones de lucimiento (con el coro o con los personajes serios) bien aprovechadas sumó el cometido adicional de narrador sacando adelante con maña un poco clarificante guión argumental que apenas aportó nada al disfrute de la pieza. El Coro del Teatro de la Zarzuela tuvo sólo presencia, tal y como dijimos que la partitura exigía, a través de sus cuerdas más graves, lo que no le restó brillantez a pesar del más oscuro colorido natural de esas voces; Antonio Fauró volvió a demostrar cómo todos los retos de este conjunto tan involucrado en la vida del teatro salen siempre muy bien parados. © Ignacio Jassa Haro 2012
Francisco Asenjo Barbieri (página
biográfica inglesa) 3/VI/2012 |