Marianela Marianela, Todos nos quedamos totalmente sorprendidos ante la música y la dramaturgia de una gran ópera como Marianela, completamente desconocida. A la salida de las dos únicas funciones prácticamente todo el público expresaba su entusiasmo de forma unánime. Detrás de todo esto hay muchos misterios. En primer lugar el propio Jaime Pahissa es un gran desconocido. Tenemos referencias biográficas (el exhaustivo estudio de Xosé Aviñoa) y conocemos sus escritos musicales (como esa bien trazada biografía de Falla escrita en Argentina). Además el profesor Emilio Casares, auténtico impulsor de este proyecto en muchos sentidos, nos ha mostrado la importancia de esta ópera. Pero ¿quién había escuchado algo de su creación musical? Sorprende la ausencia casi total de grabaciones, más después de escuchar una obra maestra como Marianela. Sus recursos musicales son ricos y variados: la inclusión de la canción popular de forma natural, una rica orquestación straussiana, un extendido lenguaje armónico cargado de intensa expresividad y un tratamiento vocal fluido con el idioma; incluso un sorprendente momento expresionista de avanzado vanguardismo, en el momento central de la obra en que Pablo recupera la vista. La obra parte de un buen libreto, que funciona siempre y recoge con solvencia el drama/novela de Galdós. En realidad se trata de una de las obras menos galdosianas del escritor canario por su trasfondo sentimental, pero quizás por ello una buena opción para su transformación lírica. El libreto parte de la versión teatral, lógicamente abreviada y concentrada, que realizaron los hermanos Quintero de la novela original. Lo recoge Pahissa para construir una ópera de cuidada dramaturgia musical, de estilo moderno, llevándolo sin complejos a la estética operística. Las partes vocales son muy exigentes, como corresponde a una ópera poswagneriana, especialmente para la pareja protagonista: Marianela y Pablo. No debemos olvidar que en el estreno del Liceo en 1923 cantaron el tenor José Palet y Fidela Campiña, dos cantantes de buena base lírico-spinto con una extensísima carrera internacional; entre las grabaciones históricas de Palet podemos escuchar fragmentos de Lohengrin, La valquiria o Los maestros cantores (también de Radamés y Otelo) mientras que la soprano afrontó en la Scala papeles como la Isolda wagneriana o Margarita de Mefistofele. No era fácil encontrar hoy en día un reparto para un proyecto de recuperación, pero el Teatro de la Zarzuela ha encontrado dos magníficos cantantes para estas partes. La joven soprano guatemalteca Adriana González, ganadora del último certamen de Operalia en 2019, se metió perfectamente en el personaje protagonista con una hermosa voz y un cuidado fraseo, mientras que el tenor asturiano Alejandro Roy afrontó con solvencia las exigencias de volumen y tesitura de un papel lleno de dificultades. En sus solos, mejor que llamarlos monólogos que arias por su libertad formal, supieron encontrar toda la intensa expresión, desde las tensiones de Marianela tras conocer la posibilidad de la curación de la ceguera de su amado, hasta la brillantez de los exaltados momentos en que Pablo descubre la luz como al comienzo del acto III. Uno de los momentos más memorables fue su dúo, de acentos tristanescos, del final de acto primero. El resto del reparto ofreció también todo un lujo vocal: el sólido Patriarca del bajo Simón Órfila, los matices más líricos para el doctor Golfín del barítono Luis Cansino, secundados por las correctas breves intervenciones de Paola Leguizamón como Florentina o María José Suárez en la canción de los mineros. El maestro Óliver Díaz supo manejar toda esta complejidad instrumental y vocal, apoyando bien a los cantantes y manteniendo toda la continuidad dramática. Mayor mérito ante la dificultad generada por la extrema separación de todos impuesta por la pandemia, que llevó a ampliar el modesto escenario del teatro quitando las cinco primeras filas. Acontecimientos así son momentos memorables que quedan para la historia. Hay que aplaudir al Teatro de la Zarzuela, especialmente a su director Daniel Bianco, por mantener este empeño en promover la recuperación del repertorio español. Empeño nada fácil, tanto por las condiciones organizativas de un teatro que depende burocráticamente del Ministerio como por hacerlo en estos momentos de pandemia. Si es un milagro ofrecer ópera y música en estos momentos de pandemia –recordemos lo que pasa en grandes centros del mundo como la Scala, la Ópera de Viena o el Metropolitan de Nueva York–, más lo es ofrecer una recuperación de una obra desconocida, servida con gran dignidad artística. Sorprende además si vemos que Pahissa ha compuesto otras muchas óperas: en el Liceo estrenó Gala Placidia (1913), La Morisca (1919) y La princesa Margarida (1928). Fue una época en que la creación local figuraba con naturalidad en la programación del coliseo de las Ramblas, con otros muchos títulos como los de Enric Morera (Emporium, Bruniselda, Titaina y Tassarba), Hesperia de Lamote de Grignon, Nerón de Joan Manén o la reposición póstuma de Euda d’Uriach de Vives en 1934, ópera que había estrenado en 1900 antes de trasladarse a Madrid y centrar su carrera en la zarzuela. No se trata de un mero listado erudito sino de una multitud de obras de interés, que en su momento fueron apreciadas. Marianela entre ellas además pudo disfrutar de una cierta difusión internacional, siendo estrenada en el Teatro Colón de Buenos Aires en 1946, cuando Pahissa se había trasterrado a Argentina. La ópera española existió con fuerza, nadie puede dudarlo salvo por ignorancia o desinterés. A pesar de ello los actuales teatros de ópera españoles renuncian a ella; ni el Liceo ni el Real se han interesado mínimamente por esfuerzos artísticos como esta Marianela. No podemos dejar de denunciar esta desidia a teatros que, bajo el amparo de fundaciones, operan sobre todo con presupuestos públicos (desde luego mucho más que los que maneja el Teatro de la Zarzuela) y que no deberían perder estas oportunidades de hacer gran cultura, buscando huecos en medio de sus Don Giovannis o Traviatas para sacar a la luz obras como esta. No es una cuestión de orgullo nacional, sino de creer en el género y en su riqueza. Igual que el género operístico se enriquece con una obra checa como Rusalka, muchas de estas óperas españolas sorprenderían. El año Galdós lo han visto ajeno a sus programaciones, pero no se han dado cuenta que tenían una obra como Marianela. El escritor canario era un gran aficionado a la música y en sus primeros tiempos ejerció como crítico de las funciones de un Teatro Real que sale en muchas de sus novelas. Al menos el Teatro de la Zarzuela no ha dejado pasar esta oportunidad que puede servir para que esta ópera suba alguna vez a los escenarios. Desgraciadamente el teatro se convierte en algo efímero cuando no se pueden programar grabaciones ni una mínima difusión; esto no es labor del Teatro de la Zarzuela, sino de otras instituciones como RTVE o el propio Ministerio de Cultura. Pero no perdamos la esperanza y debemos felicitarnos por el descubrimiento de una gran ópera sobre el texto de uno de los grandes novelistas de nuestra historia. Al menos para el melómano este ha sido el gran momento de este año Galdós. © Víctor Sánchez Sánchez y zarzuela.net, 2020
in English 4/XII/2020 |