El 26 de junio de 1914, apenas un mes antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, se estrenaba en el Teatro de la Zarzuela, La flor del agua, zarzuela en un acto dividido en tres cuadros, con libro de Víctor Said Armesto (quien moriría unos días después del estreno) y música de Conrado del Campo. Para conmemorar el centenario del estreno y también el de la muerte del libretista de la obra, la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, bajo la dirección de Víctor Pablo Pérez, ha decidido desempolvar esta partitura, gracias a la labor, en la edición crítica de la obra, de Carlos Villanueva y Joám Trillo. Conrado del Campo es uno de esos autores que siempre se citan por su labor docente como catedrático de composición en el conservatorio de Madrid, y también por su defensa de una música con espíritu nacional, pero del que apenas conocemos nada de su obra creadora, que ha quedado prácticamente arrinconada en el bául de los recuerdos. Bienvenida sea por tanto esta efeméride para conocer algo de su producción, y con más motivo de goce aún puesto que se trata de una obra estupenda, que no merecía en absoluto ese olvido. Aprovechando el aprecio y la sabiduría que el libretista de la obra, Víctor Said Armesto (un gran filólogo e intelectual gallego también falto de reconocimiento), tenía del romancero popular, las leyendas medievales, y las trovas y los cuentos de la legua, se conforma un libreto de tema fantástico, lleno de princesas, juglares, hadas, ninfas y pócimas mágicas, en el cual la inspiración de Conrado del Campo bebe primorosamente, consiguiendo una partitura de sonoridades embriagadoras y con un gran poder evocador. La sombra wagneriana se cierne sobre toda la partitura en el tratamiento orquestal, denso y complejo, pero sin perder en ningún momento transparencia y luminosidad. Al mismo tiempo, Del Campo no se olvida del trabajo melódico, que tiene un aroma de exquisita factura y un desarrollo de extraordinario refinamiento, incluso en los fragmentos de menor sustancia dramática. Entre los momentos más deslumbrantes, destacaríamos desde el elaboradísimo preludio que ya mete al oyente en situación, hasta el intermedio orquestal, vibrante y con cierto sabor popular, pasando por la preciosa trova del tenor, y concluyendo con el espléndido dúo de amor, amplio y apasionado, y en el cual las reminiscencias wagnerianas se hacen aún más evidentes. En resumen, una magnífica partitura que en absoluto merecía semejante olvido, y que ha supuesto un muy feliz descubrimiento, como bien pudo comprobarse por el alborozo que causó en el público asistente al Auditorio Nacional. Parece ser que está previsto realizar una grabación de la obra para perenne disfrute de los aficionados. Ojalá, aunque sea por una vez, se imponga el sentido común. La interpretación fue de altura, sobre todo en lo que concierne a la parte orquestal y coral, al mando de Víctor Pablo Pérez y Pedro Teixeira, respectivamente. El maestro burgalés llevó la obra adelante recreándose en las peculiares sonoridades de la partitura, con atención al detalle y con elegancia, sin perder el pulso en ningún momento, y con las dosis justas de pasión, pero evitando con inteligencia las complacencias y los excesos sonoros. La orquesta le respondió con una calidad que hacía tiempo que no exhibía. También el coro brilló a muy buen nivel, salvo algún puntual desajuste en la parte femenina. Más floja estuvo la noche en cuanto a los dos solistas principales: Lola Casariego y Gustavo Peña. La soprano (hasta hace poco mezzo) ovetense tiene la voz ya muy arañada, con pérdida de esmalte en buena parte de la tesitura, y unos sonidos demasiado estridentes por las alturas. Suple la mella del paso del tiempo con entrega y vehemencia, pero no siempre es suficiente. Y el tenor canario Gustavo Peña consigue contundencia sonora a través de una emisión sobre todo reforzada nasalmente, pero parece tener problemas con el control del aire, lo que provoca que las desafinaciones sean continuas y muy notorias, junto a sonidos demasiado abiertos que en algunos casos rozan lo francamente desagradables. Discretas las aportaciones de Celia Alcedo y Pedro Adarraga, y más entonada la de Felipe Nieto, estos dos últimos cantantes masculinos, miembros del Coro de la Comunidad de Madrid. Comentar finalmente que en la segunda parte del concierto (la primera fue ocupada íntegramente por La flor del agua) se interpretó La primera noche de Walpurgis, de Felix Mendelssohn, con la misma pareja protagonista que en la zarzuela, más el añadido del barítono madrileño, afincado en Zúrich, Gabriel Bermúdez. Un estupendo broche para una noche gozosa en lo musical y cargada de invocaciones y ensoñaciones espirituales. © Antonio Díaz-Casanova, 2014
Actos conmemorativos del centenario de Víctor Said
Armesto 27/XI/2014 |