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Conrado del
Campo y Víctor Said Armesto
La flor del agua
Auditorio Nacional de Música, Madrid 17 de noviembre
de 2014
Una crítica de Antonio
Díaz-Casanova |
El 26 de junio de 1914, apenas un mes antes del estallido de la
Primera Guerra Mundial, se estrenaba en el Teatro de la Zarzuela, La flor
del agua, zarzuela en un acto dividido en tres cuadros, con libro de
Víctor Said Armesto (quien moriría unos días
después del estreno) y música de Conrado del Campo. Para
conmemorar el centenario del estreno y también el de la muerte del
libretista de la obra, la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid,
bajo la dirección de Víctor Pablo Pérez, ha
decidido desempolvar esta partitura, gracias a la labor, en la edición
crítica de la obra, de Carlos Villanueva y Joám
Trillo.
Conrado del Campo es uno de esos autores que siempre se citan por su
labor docente como catedrático de composición en el conservatorio
de Madrid, y también por su defensa de una música con
espíritu nacional, pero del que apenas conocemos nada de su obra
creadora, que ha quedado prácticamente arrinconada en el bául de
los recuerdos. Bienvenida sea por tanto esta efeméride para conocer algo
de su producción, y con más motivo de goce aún puesto que
se trata de una obra estupenda, que no merecía en absoluto ese olvido.
Aprovechando el aprecio y la sabiduría que el libretista de la obra,
Víctor Said Armesto (un gran filólogo e intelectual gallego
también falto de reconocimiento), tenía del romancero popular,
las leyendas medievales, y las trovas y los cuentos de la legua, se conforma un
libreto de tema fantástico, lleno de princesas, juglares, hadas, ninfas
y pócimas mágicas, en el cual la inspiración de Conrado
del Campo bebe primorosamente, consiguiendo una partitura de sonoridades
embriagadoras y con un gran poder evocador.
La sombra wagneriana se cierne sobre toda la partitura en el
tratamiento orquestal, denso y complejo, pero sin perder en ningún
momento transparencia y luminosidad. Al mismo tiempo, Del Campo no se olvida
del trabajo melódico, que tiene un aroma de exquisita factura y un
desarrollo de extraordinario refinamiento, incluso en los fragmentos de menor
sustancia dramática. Entre los momentos más deslumbrantes,
destacaríamos desde el elaboradísimo preludio que ya mete al
oyente en situación, hasta el intermedio orquestal, vibrante y con
cierto sabor popular, pasando por la preciosa trova del tenor, y concluyendo
con el espléndido dúo de amor, amplio y apasionado, y en el cual
las reminiscencias wagnerianas se hacen aún más evidentes. En
resumen, una magnífica partitura que en absoluto merecía
semejante olvido, y que ha supuesto un muy feliz descubrimiento, como bien pudo
comprobarse por el alborozo que causó en el público asistente al
Auditorio Nacional. Parece ser que está previsto realizar una
grabación de la obra para perenne disfrute de los aficionados.
Ojalá, aunque sea por una vez, se imponga el sentido común.
La
interpretación fue de altura, sobre todo en lo que concierne a la parte
orquestal y coral, al mando de Víctor Pablo Pérez y Pedro
Teixeira, respectivamente. El maestro burgalés llevó la obra
adelante recreándose en las peculiares sonoridades de la partitura, con
atención al detalle y con elegancia, sin perder el pulso en
ningún momento, y con las dosis justas de pasión, pero evitando
con inteligencia las complacencias y los excesos sonoros. La orquesta le
respondió con una calidad que hacía tiempo que no exhibía.
También el coro brilló a muy buen nivel, salvo algún
puntual desajuste en la parte femenina. Más floja estuvo la noche en
cuanto a los dos solistas principales: Lola Casariego y Gustavo
Peña. La soprano (hasta hace poco mezzo) ovetense tiene la voz ya
muy arañada, con pérdida de esmalte en buena parte de la
tesitura, y unos sonidos demasiado estridentes por las alturas. Suple la mella
del paso del tiempo con entrega y vehemencia, pero no siempre es suficiente. Y
el tenor canario Gustavo Peña consigue contundencia sonora a
través de una emisión sobre todo reforzada nasalmente, pero
parece tener problemas con el control del aire, lo que provoca que las
desafinaciones sean continuas y muy notorias, junto a sonidos demasiado
abiertos que en algunos casos rozan lo francamente desagradables. Discretas las
aportaciones de Celia Alcedo y Pedro Adarraga, y más
entonada la de Felipe Nieto, estos dos últimos cantantes
masculinos, miembros del Coro de la Comunidad de Madrid.
Comentar finalmente que en la segunda parte del concierto (la
primera fue ocupada íntegramente por La flor del agua) se
interpretó La primera noche de Walpurgis, de Felix Mendelssohn,
con la misma pareja protagonista que en la zarzuela, más el
añadido del barítono madrileño, afincado en Zúrich,
Gabriel Bermúdez. Un estupendo broche para una noche gozosa en lo
musical y cargada de invocaciones y ensoñaciones espirituales.
© Antonio Díaz-Casanova, 2014
La flor
del agua. Zarzuela en un acto, dividido en tres cuadros con libro de
Víctor Said Armesto y música de Conrado del Campo. Auditorio
Nacional de Música, Madrid, 17 de noviembre de 2014 (Versión de
concierto)
Reparto: Lola Casariego; Gustavo Peña;
Celia Alcedo; Felipe Nieto; Pedro Adarraga. Orquesta y Coro de la Comunidad de
Madrid. Ricardo Teixeira (dtor coro); Víctor Pablo Pérez (dtor.
Musical) Edición
crítica de Joám Trillo y Carlos Villanueva (Instituto Complutense
de Ciencias Musicales-Ediciones Musicales Autor, 2013) |

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Actos conmemorativos del centenario de Víctor Said
Armesto
portada de zarzuela.net
27/XI/2014 |