Sorozábal Si la compactación a que sometió Emilio Sagi la zarzuela Luisa Fernanda parecía ser un intento de convertirla en una ópera, ¿qué decir de este radical reenmarcado de Katiuska? Porque se trata de un enmarcado literal y no sólo metafórico. Dentro de un torcido marco dorado diseñado por Daniel Bianco hallamos una caja inclinada de ligera madera de abedul con paneles deslizables que se abren a un sereno cielo azulado ucraniano nocturno (luna incluida.) Por fuera, tanto delante como detrás, refugiados vestidos uniformemente gatean entre escombros y restos carbonizados de la revolución buscando con cuidado el camino hacia el abrigo de la posada de la caja de abedul. Se trata de un bello y audaz escenario para lo que queda de la historia de González del Castillo y Martí Alonso, despojada de todos los personajes menores y de uno más importante (Iván) y destilada en una interpretación continua de 80 minutos sin intermedio. Como la partitura tiene sus buenos 55 minutos de música, dedúzcase lo que queda para diálogos y desarrollo argumental. El viejo acto segundo se convierte en un verdadero concierto y el enrevesado final original es reemplazado por un finale aerodinámico en el que Katiuska se decanta entre ser princesa o mujer del pueblo. El efecto de todo esto contribuye a poner firmemente el acento en la música de Sorozábal, interpretada de forma íntegra conforme a la nueva edición del ICCMU firmada por el nieto del compositor, Pablo Sorozábal Gómez. Resulta asombroso que un esfuerzo de integración tan seguro sea la primera incursión de su autor en el ámbito del teatro lírico, tras las respetables composiciones basadas en el folclore vasco o en precedentes formales alemanes, anteriores o contemporáneas a la época de estudio de Sorozábal en Leipzig. Con su saxofón sincopado, su mandolina punteada y su piano de pared de honky-tonk, la orquestación de Katiuska es clásica zarzuela moderna de Sorozábal, una potente mezcla de jazz popular y exuberancia romántica, deudora quizá de Emmerich Kálmán aunque con su propio embrujo orquestal y originalidad armónica. Número tras número mantiene el nivel, reforzado por el inteligente empleo de motivos populares eslavos como el de los barqueros del Volga. Sólo podemos echar de menos la penetrante ironía de partituras posteriores en lo que se puede seguir considerando una obra maestra melódica. El instinto de Sagi para hacer caer todo el peso dramático en la música es, a buen seguro, algo acertado. Katiuska adolece de un libreto débil que incluso tras el triunfo del estreno barcelonés en 1931 fue censurado por no aprovechar mejor su casi contemporánea ambientación en la revolución rusa. Los libretistas no supieron pegar a fondo en cada ocasión que se les presentaba, reduciendo el conflicto político a un romance de opereta con su dosis de confusas identidades aristocráticas y de elecciones entre amor y deber incluida. Aunque pueda parecer en algunos momentos un trabajo en continua evolución, la vívida Katiuska de Sagi se nos antoja como un espectáculo teatral enormemente entretenido y absorbente. La inteligencia con que es tratada la rica mezcla de géneros musicales que Sorozábal incluye en esta partitura debería ser garantía suficiente para que cualquier zarzuelófilo de mente abierta no se sintiera engañado por el resultado. Un reparto de excepcional solidez sirve, en cualquier caso, a la causa. Si el público del maravillosamente ornamentado (y orgullosamente pre-revolucionario) Teatro Arriaga se mostró reservado en su apreciación de la arrogante Maite Alberola, ensoñadoramente sensual en su lectura del rol titular, con estola de Erté, lentejuelas y demás, eso no es consecuencia del lustre, tono y cuerpo de su voz de “chocolate con churros.” Alberola no le tiene miedo a nada, arriesgándose a dar dos valientes pianissimi en el agudo. Frente a ella el canoso y esbelto Pedro de Ángel Ódena se lleva el gato al agua como un franco pero sensible Comisario Rojo. La tensión sexual entre ambos resultó suficientemente convincente para hacer de su dúo en el corazón de la partitura algo tan conmovedor como cabría esperar. En la cumbre de este triángulo aristocrático Jon Plazaola es un Príncipe Sergio de una bella palidez. Si su voz puede resultar pequeña, se halla perfectamente cultivada en las virtudes tenoriles, hoy demodés, de una entonación limpia y una dicción precisa. Las partes cómicas, por su parte, quedan en manos inmejorables. La Olga de Milagros Martín, completamente embebida del espíritu telúrico de esta producción, se desliza con briosa facilidad entre la melancolía hispano-eslava del “Ucraniano de mi amor” y el jolgorio jazzístico del “A París me voy.” Este número recibió un bis rápido aunque podríamos haber disfrutado también de otras repeticiones en el caso de los “Cosacos de Kazán” saladamente puestos en escena para lucimiento del larguirucho Coronel de Enrique Baquerizo y el sonriente y especulador posadero de Mikeldi Atxalanabaso, así como en el del vals Boston donde a este trío de indiscutibles estrellas se une la sirviente ruda y exuberante de Trinidad Iglesias. Lander Iglesias hizo lo que pudo con el representante textil catalán, reducido como quedó su papel a meros jirones de comedia. Las excelentes cualidades de la Orquesta Sinfónica de Bilbao y la Coral de Bilbao, conocidas mundialmente a través de las grabaciones de Naxos, lograron hacer aflorar bajo la batuta sensible y detallista de David Giménez Carreras las sutilezas de la partitura de Sorozábal con gran efecto –la imitación de un acordeón alternando maderas y cuerdas en “Ucraniano de mi amor” fue un delicioso momento de humor musical– . Espero que las mismas fuerzas orquestales y corales tengan la posibilidad de consolidar esas virtudes en las subsiguientes paradas de la producción en Valladolid, Oviedo y el Teatro Español de Madrid, sumándole, a ser posible, un poquito del nervio al que nos tienen acostumbrados las grabaciones discográficas dirigidas por el propio compositor –aunque eso sea algo muy difícil de lograr–. La cosa, en cualquier caso, funciona muy bien. Es un mérito de Emilio Sagi haber depositado su fe en la partitura de Sorozábal para dejar que ella misma sostenga el espectáculo por si sola. Y sostenerse, ¡se sostiene bien! © Christopher Webber 2008 Reparto: Maite Alberola (Katiuska);
Ángel Ódena (Pedro Stakoff); Jon Plazaola (Príncipe
Sergio); Enrique Baquerizo (Coronel Brunovich); Milagros Martín (Olga);
Trinidad Iglesias (Tatiana); Mikeldi Atxalanabaso (Boni); Lander Iglesias
(Amadeo Pich); Coral de Bilbao, Bilbao Orkestra Sinfonikoa; Emilio Sagi (dir.
esc.); Daniel Bianco (escenógrafo); Pepa Ojanguren (figurinista);
Eduardo Bravo (iluminador); Nuria Castejón (coreógrafa); David
Giménez Carreras (dir. mus.) in English 9/X/2008 |