El juramento

Gaztambide / Olona

Madrid, Teatro de la Zarzuela

(23 de Noviembre y 14 de Diciembre de 2012)

una crítica de
Ignacio Jassa Haro

Silvia Vazquez como Maria e Isaac Galan como el Marques en el duo del piano del segundo acto de El juramento (Foto: Jesus Alcantara/Teatro de la Zarzuela, 2012)


¡Gaztambide vincitore!, ¡Gaztambide vainqueur!, ¡Gaztambide triunfador! Lo mismo nos dan los mimbres de su teatro musical: no nos importa proclamar su estro italianizante, su porte afrancesado o su respiración castiza y celebrar estos rasgos en conjunto o por separado. El maestro navarro es un grande de la música y si supo tomar de aquí y de allá eso no debe tildarse de defecto sino alabarse cual virtud.

Volver a escuchar más de diez años después de su reestreno en tiempos modernos la subyugante partitura de El juramento, tras las más recientes experiencias vividas con joyas chicas de Gaztambide como Una vieja (Teatro de Madrid, 2009), El amor y el almuerzo y Un pleito (C.C. Nicolás Salmerón, 2010) y El estreno de una artista (Teatro de la Zarzuela, 2011), nos reafirma en las palabras vertidas más arriba sobre uno de los padres de la zarzuela isabelina. Porque como nuestros lectores conocen –ya Christopher Webber les hizo partícipe de sus vívidas impresiones el año 2000– la producción ahora repuesta supuso en vísperas del comienzo del siglo XXI un éxito sin parangón del coliseo que la había visto nacer en 1858, el Teatro de la Zarzuela.

Silvia Vazquez como Maria cantando la romanza del primer acto de El juramento (Foto: Jesus Alcantara/Teatro de la Zarzuela, 2012)

Si a la preciada partitura del maestro de Tafalla le sumamos un libro –salido de la pluma de Luis de Olona, quien bebe de fuentes francesas– de esos que descuellan por su trazo claro, situaciones propicias para el desarrollo musical y una anécdota argumental de interés, la pieza adquiere un calado todavía más imponente. No es de extrañar que Emilio Sagi firmara la que para nosotros se posiciona como su más deslumbrante puesta en escena, algo que el transcurso de los años no sólo no ha cuestionado sino que por el contrario ha ayudado a confirmar. Desde una dirección de actores clara y sin aspavientos (llegando al extremo de que el Conde, único "tipo" de la pieza y antaño achacoso, ha devenido en la reposición en un personaje maduro y sin histrionismos) hasta un movimiento escénico lleno de elegancia y expresividad, pasando por la exhibición de una serie de señas propias (empleo de maquetas, sillas y elementos voladores o aparición de una niña) que aquí no generan la sensación de tics sino la certidumbre de ser verdaderos hallazgos, todo el montaje es un suma y sigue de aciertos perfectamente articulados.

Los aspectos plásticos de esta puesta en escena continuan percibiéndose de un modo tan sinestésico que logran contribuir al cambio de estado emocional del espectador de modo paralelo a la evolución del drama musical. La iluminación de Eduardo Bravo es quizá la más patente de las armas de la dirección artística, aunque la esquemática escenografía de Gerardo Trotti o los deslumbrantes figurines de Jesús de Pozo contribuyen elocuentemente a ese todo de una forma armoniosamente integrada. Pero en esta ocasión debemos reservar el lugar de honor dentro del apartado artístico al citado Jesús del Pozo (1946-2011), sobre el que personas más versadas podrían decir más y mejor. El recientemente desaparecido diseñador sintió en una de sus escasas incursiones en el ámbito teatral una inspiración pareja a la del autor de la música que él estaba vistiendo. Como extraordinario complemento y como sincero homenaje al modisto madrileño además de dedicar las dieciocho funciones de esta reposición a su memoria el Teatro de la Zarzuela celebra una exposición en su ambigú y su foyer con figurines y trajes de los montajes de El juramento, Carmen (Teatro Real, 1999) y Farnace (Teatro de la Zarzuela, 2000). La programación de actividades "en torno a" las producciones líricas iniciada en ocasión del estreno de El amor brujo y La vida breve empieza a tomar de este modo continuidad.

Concertante final del primer acto de El juramento (Foto: Jesus Alcantara/Teatro de la Zarzuela, 2012)

El extenso reparto vocal que actuó la primera noche resultó por lo general muy acertado. Sabina Puértolas, Gabriel Bermúdez y David Menéndez consiguieron componer un triángulo protagónico equilátero. Los tres lucieron una depurada línea de canto y un atractivo porte a la par que tuvieron una actuación dramáticamente convincente. La tremenda maestría de Carmen González supo proporcionar a su Baronesa un justo equilibrio entre lo frívolo y lo humano dotando de profundidad a lo que con otra cantante podría haber resultado vacuo. Luis Álvarez y Manuel de Diego tuvieron en estos cómicos "serios" de "ópera cómica" estupendas oportunidades de lucimiento, aunque sin duda fue Javier Galán con el papel del cabo Peralta -el que se escribiera para Salas, empresario de la Zarzuela cuando se estrenó la pieza- quién se llevó el gato al agua por la intención de que cargó sus intervenciones.

El reparto alternativo –al que no conseguimos ver al completo ya que en realidad los siete pares de cantantes solistas barajaron entre sí sus intervenciones a lo largo de las funciones– resultó en conjunto menos compenetrado, lo que hizo que el espectáculo que nosotros presenciamos se resintiera. Un inadecuado tránsito de los cantables a los diálogos hablados hizo de Isaac Galán un Marqués de mentirijillas; de nada le sirvió cantar con el gusto con que lo hizo, el teatro cómico-lírico requiere desarrollar una técnica declamatoria y sin ella nunca se podrá tener un desempeño adecuado. Axier Sánchez como su rival amoroso se nos antojó más desenvuelto en escena pero a cambio no tuvo gracia con su lucida romanza. Silvia Vázquez descolló entre sus dos admiradores con una emisión limpia y elegante; si le faltó brío fue más achacable a un inadecuado contrapunto frente a sus antagonistas que a motivos propios, como quedó patente en el terceto con la Baronesa y el Conde. Xavier Ribera Vall dibujó precisamente a dicho personaje más cercano al "tipo" que el libro impone aunque supo estar siempre justamente comedido. Por último Damián del Castillo destacó más vocal que actoralmente mientras que lo opuesto sucedió con Alexandre Guerrero. Lamentablemente no logramos disfrutar de la actuación de María Rey-Joly por las razones antes expuestas.

El Coro del Teatro de la Zarzuela continuó en su línea de los últimos tiempos, brioso e inspirado en las dos noches de autos. La Orquesta de la Comunidad de Madrid, muy bien ensayada por Miguel Ángel Gómez Martínez, tuvo también en ambas veladas felices destellos, como cuando sacó su vena más mozartiana en aquellos pasajes donde podía lucirse la sección de cuerdas, aunque tocó en general con un tono lánguido y algo tristón.

© Ignacio Jassa Haro 2012


El juramento (Zarzuela en tres actos de Luis de Olona, música de Joaquín Gaztambide)

Reparto: María - Sabina Puértolas (23-XI) / Silvia Vázquez (14-XII); La baronesa - Carmen González (23-XI y 14-XII) / María Rey-Joly; El marqués - Gabriel Bermúdez (23-XI) / Isaac Galán (14-XII); Don Carlos - David Menéndez (23-XI) / Axier Sánchez (14-XII); El Conde - Luis Álvarez (23-XI) / Xavier Ribera-Vall (14-XII); Peralta - Javier Galán (23-XI) / Damián del Castillo (14-XII); Sebastián - Manuel de Diego (23-XI) / Alexandre Guerrero (14-XII); Escenografía - Gerardo Trotti; Vestuario - Jesús del Pozo; Iluminación - Eduardo Bravo; Dir. de escena - Emilio Sagi; Coro del Teatro de la Zarzuela (dir. Antonio Fauró); Orquesta de la Comunidad de Madrid; Dir. musical - Miguel Ángel Gómez Martínez

Producción del Teatro de la Zarzuela (2000)

Edición crítica a cargo de Ramón Sobrino (Fundación Autor - Instituto Complutense de Ciencias Musicales)


 El juramento (crítica de Christopher Webber - año 2000)
 El juramento (sinopsis argumental inglesa)
 Joaquín Gaztambide (página biográfica inglesa)
 zarzuela homepage

17/XII/12