Una crítica de Ignacio Jassa Haro (23 de Febrero y 7 de marzo) Siendo un título plagado de tópicos sobre lo cañí desde su inevitable emulación de la Carmen bizetiana hasta la completa identificación de la fiesta taurómaca con las primeras notas de su celebérrimo pasodoble, la "ópera" española El gato montés es un título de peligroso tránsito. El riesgo a correr emana de lo fácil y tentador que resulta caer en toda esa serie de lugares comunes que se adhieren cual lapas a la idea más extendida de España y de lo torero. Si Emilio Sagi logró hace veinte años recrear comedidamente la tan atractiva como irregular pieza de Penella con una lectura preciosista, José Carlos Plaza ha optado, en cambio, por llevar el texto dramático a sus últimas consecuencias, enfatizando el manido eclecticismo de esta suerte de hídrido entre sainete de los Quintero y esperpento Valleinclanesco o de retablo de Romero de Torres con grabado de La Lidia. El éxito o fracaso de su propuesta ha descansado, como no podía ser de otra manera, en los hacedores materiales de la misma, especialmente en el triángulo que delinean sus protagonistas. Así una misma dirección de actores, que marcaba unos violentos movimientos de estos tres personajes, logró resultados muy dispares en las parejas Blancas/Hernández, Gorrotxategui/Bernal y Ódena/Frontal. Donde Ángeles Blancas llenaba de intención las exigentes indicaciones escénicas de Plaza, Saioa Hernández tan sólo ejecutaba con precisión la alambicada serie de movimientos cuasi-coreográficos aprendida con tesón. Su rotunda voz, eso sí, trataba de compensar sonoramente lo que visualmente quedaba cojo, mientras que en su compañera de reparto la sincera pero menos limpia emisión resultaba pareja con lo que su cuerpo hacía y, por ende, más expresiva. Un maquillaje mimético hizo que los primeros instantes de la función del 7 de marzo resultaran confusos... el parecido físico era tal que creímos que habían cambiado a la tiple sin avisar al público. ¿Por qué no adaptar las puestas en escena a las peculiaridades de los repartos para lograr que todos puedan dar lo mejor de sí mismos?
Otros intérpretes que contribuyeron al juicio que nos atrevemos a emitir tremendamente positivo en la función del 27 de febrero e indiferente aunque con los matices que la intervención de Frontal permite introducir en la del 7 de marzo son la equilibrada Frasquita de Milagros Martín, que supo marcar el antagonismo con las dos prometidas de su hijo (alcanzando una increíble química con la Blancas) o el bien entonado Padre Antón de Enrique Baquerizo. La negrura y parquedad escenográfica dibujadas por Francisco Leal contrastaban vivamente con los funcionales figurines de Pedro Moreno, casi exclusivamente pensados para permitir los bastante predecibles movimientos coreográfícos marcados por Cristina Hoyos. El Coro del Teatro de la Zarzuela además de cantar bien supo actuar y moverse como nunca; detrás de ello es evidente la lograda guía de un director como Plaza, siempre experto en estas lides . Cristóbal Soler recorrió con garbo la partitura de Penella de cabo a rabo aunque no logró en esta ocasión controlar la tendencia de la ORCAM a desbocarse en lo que a decibelios de refiere. © Ignacio Jassa Haro 2012 La opinión de Miccone (17 de Febrero) Con motivo de los fastos culturales de 1992 el imbatible Plácido Domingo protagonizó en el Maestranza sevillano la recuperación de El gato montés de Penella, un título por entonces completamente olvidado y que en 1993 pudo verse en el Teatro de la Zarzuela, que había producido el montaje dirigido por Emilio Sagi. En casi veinte años ha llovido mucho: existen dos grabaciones comerciales de la ópera en formato CD (la de Deutsche Grammophon y la del Palau de la Música de Valencia) y recientemente se ha publicado en DVD una de las funciones que Plácido dio de este título en la Ópera de Los Ángeles. ¿Y ahora qué? ¿Qué puede aportar una reposición de El gato montés en la Zarzuela? Pues daré mi opinión: casi nada.
En cualquier caso, el director de escena madrileño ha sabido arroparse de profesionales de talla y prestigio como el habitual Pedro Moreno en el vestuario, Francisco Leal en la escenografía e iluminación y la maestra Cristina Hoyos en la coreografía. Todos ellas han sido los responsables de diseñar este Gato montés negruzco y hambriento, un grito jondo que no sabemos si termina de resonar, eso sí, con las voces del primer reparto. Con la excepción del barítono Ángel Ódena, que ofreció una auténtica lección de canto y actuación, las interpretaciones del resto del cartel han dejado poco recuerdo en nuestros ingratos oídos. Ángeles Blancas ha convertido en defecto fastidioso lo que hizo más sugerente la voz de Ángeles Gulín, su madre: el entubamiento. Sobreactuada, casi histriónica, nos hizo pensar por un momento en cualquier Elektra straussiana (¿era necesario?). El joven tenor Andeka Gorrotxategui hizo noblemente lo que pudo con un papel todavía ancho para su voz y una Orquesta de la Comunidad de Madrid chillona a las órdenes de Cristóbal Soler. Entre el resto de participantes no debemos dejar de mencionar a una comedida Milagros Martín que, por fin, comienza a aceptar papeles de característica. Enrique Baquerizo (que, por cierto, fue uno de los Gatos de 1993) hizo un Padre Antón mejor actuado que cantado, mientras que Luis Cansino dibujó un Hormigón con buena línea y efectividad. Por último señalar a una joyita entre los partiquinos: el Pastor de Milagros Poblador, todo un lujo. © Miccone, zarzuela.net 2012
22/II y 14/III/2012; rev. 15/III/2012 |