Château Margaux / La viejecita ¿Qué hacemos con la zarzuela…? Debemos felicitarnos de que las producciones de zarzuela circulen y permanezcan, más en estos tiempos de precariedad y debilidad de los mercados culturales. Esta se estrenó en 2009 en el Teatro Arriaga de Bilbao y se pudo ver después en el Festival Grec de Barcelona, Teatro Campoamor de Oviedo y los Teatros del Canal de Madrid. El esfuerzo que supone la puesta en marcha de cualquier producción lírica solo debería estar justificado cuando circulan y se reponen, lo que por desgracia no es habitual. El inevitable carácter efímero del teatro resulta enormemente cruel cuando al aficionado se le pasan de largo las representaciones y se queda sin poder apreciar una función. De ahí el interés de que esta producción llegue al Teatro de la Zarzuela, una oportunidad tanto para los que la disfrutaron hace años como para los que se la perdieron. Los carteles anuncian un doble programa con dos divertidas comedias en un acto ambas con música de Manuel Fernández Caballero: Château Margaux y La viejecita. Aunque tal vez hubiese sido más honesto buscar un título nuevo diferente, como Camino a las estrellas o La zarzuela en las ondas. Se plantea así el dilema de la programación del género chico en la actualidad. Las obras, nacidas con gran éxito en el formato del denominado teatro por horas, tienen difícil encaje en la programación actual: una única resulta insuficiente, así que deben reunirse dos títulos en un programa doble, lo que obliga a justificar la unidad del espectáculo. En algunas ocasiones se ha extendido el formato, incorporando números musicales de otras obras, lo que puede resultar problemático salvo en casos afortunados como El terrible Pérez realizado por Paco Mir para la Fundación Guerrero. Así el modelo habitual sigue siendo relacionar dos obras. En este caso integrando ambas en un espectáculo diferente, que va mucho más allá de la idea de “versión libre” a que hace referencia el programa.
El problema radica en que la propuesta escénica no busca solucionar los problemas del libreto sino construir uno nuevo. Surgen así otros problemas, como el ritmo dramático. La idea del concurso de la radio funciona inicialmente, con el divertido añadido de los anuncios cantados. Pero se vuelve cansina cuando se mantiene en el inicio de La viejecita, cuyo primer cuadro se desarrolla también ante los micrófonos, incluidos los tres primeros números musicales (preludio, brindis y coro de la invitación). Hay que esperar una hora para ver desaparecer el estudio radiofónico y se nos presente la acción ante un deslumbrante decorado, con la propia orquesta sobre el escenario. Por cierto magníficamente dirigida por Miquel Ortega, con precisión y elegancia, a pesar de estar de espaldas a los cantantes toda la función. La propuesta nos plantea además un problema de fondo más grave: juega con la zarzuela como recuerdo sonoro no como espectáculo teatral. Lo que no deja de sorprendernos en un director del olfato escénico de Pasqual. Pero además se ubica en un estudio de radio de los años cincuenta, jugando con la memoria y la nostalgia de un período en el que parece haberse detenido en bucle el género. Y refuerza inequívocamente la negativa idea de la relación de la zarzuela con el franquismo. Mirando la edad de los asistentes –tuve la suerte de no ir en el día del estreno– veo que la idea funciona (es decir resulta cómoda) pero desde luego no contribuye a renovar el público, buscando captar no tanto la gente joven (batalla difícil y que podemos dar por perdida, ya que no asisten a nada) como a un público más crítico que busque un espectáculo más complejo y menos acomodaticio. Un reto importante al que parece haberse renunciado y algo imposible cuando lo que queda es apenas un esqueleto teatral para enlazar números musicales. Debemos seguir buscando qué hacer con la zarzuela, aunque tal vez lo primero deba ser liberarla de todos los lastres de la memoria que la mantienen sujeta con fuerza al suelo de las tradiciones, dejándola así que busque nuevos caminos. Los que sean pero siempre diferentes. © Víctor Sánchez Sánchez y zarzuela.net, 2017
18/IV/2017 |