Placeres infames ¿Qué se entiende por zarzuela ínfima? Algunos musicólogos españoles niegan incluso su propia existencia, excepto como una rápida e impúdica etapa de declive del género chico tras su período de esplendor decimonónico. Los siglos de oro de todas las culturas decaen con rapidez y clásicos de la talla de La verbena de la Paloma, Agua, azucarillos y aguardiente y La revoltosa no pueden volver a repetirse con esa frecuencia en la historia del teatro. Solamente una conjunción oportuna de tiempo, espacio y tradición, los hace posible. Al llegar el cambio de siglo el público español estaba ávido de novedades, ya fueran éstas opereta austrohúngara, comedia musical inglesa o seductora revista parisina con su dosis de sabrosos couplets incluida y una pléyade de nuevos talentos se encontraba dispuesta a reemplazar a los dioses. Jóvenes compositores como Vicente Lleó, Tomás Barrera y “Quinito” Valverde empezaron entonces a distanciarse del viejo género chico; cuando en 1901 los hermanos Quintero junto a Barrera y Valverde titulan a su nueva zarzuela en un acto El género ínfimo (“decadente” o “verde”) están dando un desplante a los críticos nostálgicos que se quejaban de que la zarzuela se estaba convirtiendo en algo frívolo, adulterado por influjos foráneos y cargado de alusiones sexuales. Y naturalmente la decadencia francesa fue declarada culpable. El panorama de estilos y formas del género ínfimo trazado por Ignacio Jassa Haro y Enrique Mejías García en su exhaustivo artículo para el programa de mano de esta producción deja muy claro que dicho género existió en la mente de unos creadores plenamente conscientes del alcance de su obra y que tuvieron como principales influencias externas la revue parisina y el couplet. Como es natural sólo un pequeño puñado de ese corpus de cientos de obras, estrenadas desde 1900, ha superado el breve período de vida del género. La gran superviviente es La corte de Faraón, todavía hoy entre las diez zarzuelas más populares de todos los tiempos, pero otras obras como La gatita blanca de Giménez y Vives, El pobre Valbuena de Quinito y Torregrosa o El trust de los Tenorios de Serrano (popular debido a su celebradísima jota para tenor “Te quiero. Morena, te quiero”) comparten unas formas musicales y un estilo literario –por no citar su enfermiza preocupación por el sexo– que las encuadran con total nitidez en el contexto del género ínfimo. Uno de los más importantes compositores ínfimos de zarzuela fue Rafael Calleja, cuyas casi totalmente olvidadas Bribonas se convirtieron en el gran éxito de la temporada 1907/08 del Teatro Apolo. La recuperación de este título llevada a cabo por el Teatro de la Zarzuela ha resultado ser un auténtico triunfo. Nosotros habíamos esperado un entretenido divertimento con su pizca de pimienta, algún cuplé femenino afrancesado y sus canciones pegadizas para tenor cómico. La obra, desde luego, contiene todo esto, pero lo que nos ha sorprendido es su escala espectacular, la cualidad epicúrea de su música y sobre todo el grado de ligera frivolidad del que está impregnada que dota al texto de un mensaje social subversivo proporcionando con ello un delicioso sabor político al excitado paladar del espectador. El argumento desarrollado por Martínez Viérgol es sumamente ligero. Ante la clara oposición a las “bribonas” (claro eufemismo de “ casquivanas”) de su pía esposa y sus fieles amigas beatas, el alcalde de un pequeño pueblo autoriza a una compañía de varietés a actuar en el casino local para así conseguir ligar con la cupletista que encabeza el cartel. Acorralado por su propia mujer en el camerino de mademoiselle Margherite, el alcalde no tiene más remedio (¡ ejem!) que disfrazarse de negro, tiñéndose la cara y vistiéndose cual personaje del teatro minstrel, como manera de huir. Al final todo termina felizmente con el pueblo al completo, beatas incluidas, asistiendo a una función de la compañía a beneficio de los pobres. Como vemos, mucho ruido y pocas nueces... Hasta las insinuaciones de la falsa francesa son de lo más light, nada que ver con el provocativamente obsceno doble sentido de La corte de Faraón, que tanto escandalizó al general Franco. Pero la audiencia masculina de clase media hacia la que Las bribonas iba dirigida podría haber encontrado algunos aspectos más chocantes. Lo que está claro es la forma en que Viérgol da la vuelta a la tortilla con sus personajes femeninos lanzando al público la indirecta de que las verdaderas “bribonas” son las respetables beatas y viceversa. De igual manera la experiencia del alcalde/negro siendo tratado como un fenómeno de feria por la multitud cuando huye por las calles del pueblo –incluso es forzado a cantar un pegadizo cuplé con acompañamiento de maracas– es otro ejemplo de subversivo intercambio de roles. Demasiado impactante para nuestra sociedad moderna. El humor “negro” que trufa la obra haría imposible representarla en Londres o Nueva York sin que te clausuraran el teatro o te lo quemaran. La censura por consenso social puede ser más liberal que la censura por decreto legal, pero es censura al fin y al cabo. Madrid, no pierde el sueño por cuestiones de esta índole.
Como siempre ocurre con la zarzuela, la música es el elemento clave, y en esta ocasión las melodías de Calleja son soberbias. Los números para solista –el ligerísimo couplet francés de la modista, unos tientos pseudo-flamencos y los cuplés del negrito, cantados por el alcalde disfrazado– merecen una alta consideración; las partes concertantes y orquestales son igualmente relevantes. El coro de beatas, donde se parodia su piedad, es digno del más ácido Buñuel. Los decorados en forma de libro, una sofisticada dirección escénica, la afectada coreografía empleada para cambiar el atrezo o un vestuario deslumbrantemente artificioso se suman para obtener un espectáculo de extraordinaria vitalidad y muy divertido en el que de una forma aparentemente inocua se arremete contra el matrimonio, la religión, la autoridad del estado o la supuesta supremacía de los blancos. Todo aquí se dice en broma pero, como ocurre siempre con las bromas más agudas, en el fondo hay mucho de verdad en todo ello. La producción (y los ensayos) de este montaje son de lujo en casi todos los aspectos. Jesús Castejón está vocal y físicamente impecable como Don Higinio, el alcalde, y es un auténtico privilegio poder contar con la legendaria Mary Carmen Ramírez dándole recíproca respuesta como su esposa a la par que infatigable capitana de unas beatas, virtuosas, vestidas de crepé, bebedoras de aguardiente y engullidoras de tartas. La insinuante Carmen Conesa se queda, sin embargo, “corta” en lo vocal y en lo teatral como falsa cupletista francesa; por tratarse de la última representación de la temporada, Conesa nos regaló la vista sacando a escena a su propio perrito, un pequeño chihuahua de pelo largo graciosísimo que se portó a las mil maravillas. Como dirían los japoneses, ¡ kawaii! Lo que venía después se tornó en un plato de difícil digestión. En cualquier caso, si la representación de La revoltosa demostró poder alcanzar un sorprendente anti-clímax, eso no fue debido, desde luego, a la dirección musical de Ramón Torrelledó, cuya interpretación del preludio de Chapí, de gran variedad dinámica, amplio aliento y lectura poderosa se convirtió en el cénit musical de la noche. En pocas ocasiones hemos escuchado a la Orquesta de la Comunidad de Madrid tocar de forma tan efectivamente motivada. Tras levantarse el telón, la frivolidad coreográfica que había hecho del montaje de Las bribonas una delicia se mostró incapaz de evocar el ambiente doméstico que tan acertadamente pintan Chapí y sus libretistas. El montaje fue fallido a pesar de la belleza del cielo surcado por estrellas, bandadas de pájaros y fuegos de artificio o del ambiente verbenero de ese viejo Madrid tan amorosamente retratado. Aunque, nos preguntamos, ¿existió en verdad esa ciudad o es en realidad un bello mito pastoral urbano? No es algo baladí, desde luego… Luis Varela (Cándido) es acreedor de ese gran don de algunos actores de decirlo todo sin hacer nada; con un simple pestañeo lanza al público todo un universo de insinuaciones. María Rodríguez, una gran cantante cuya carrera ahora quizá empieza a entrar en un otoño dorado, debería tomar buena nota de esa quietud escénica. Su actuación se nos antoja demasiado crispada, haciendo que su Mari-Pepa parezca una mujer desesperada, lo que no cuadra con dicho personaje. La escena de la discusión con Felipe careció de la gracia necesaria aunque el inmortal dúo mantuvo la magia etérea de siempre que nos recuerda por qué, con toda justicia, se trata de un clásico. La finura con que las armonías de Chapí retratan a dos caracteres humanos (de entre una inmensidad) tanteando en la oscuridad, para asir no se sabe muy bien qué, resulta intensamente conmovedora por lo intensamente humana que es. Todos los honores en lo vocal debe recibir el valioso Felipe de Josep-Miquel Ramón, que si bien no es un gran actor supo al menos pisar el escenario y mantenerse con discreción en él. El muy seguro, preciso y divertido Chupitos de Manuel Borraz hace prever grandes éxitos en la futura carrera de este jovencísimo actor. La contribución de gran parte del resto del reparto no tiene por su parte nada de singular. Se debe mencionar también que el montaje adoleció de un excesivo soporte coreográfico. Una velada memorable debido, naturalmente, a la novedad ínfima y no tanto a la obra maestra chica. Estas dos piezas no conjugan bien, aunque es de suponer que la dirección del teatro ha pensado, no sin parte de razón, que emparejar dos zarzuelas ínfimas podría reducir el atractivo comercial del cartel. Algo parecido ocurrió meses atrás cuando la popular Bohemios se asoció con la mucho menos vista El barbero de Sevilla, recurriendo al común trasfondo argumental operístico para proporcionar una justificación erudita a ese engarce. Si solamente se ponen en escena dos programas dobles de zarzuela por temporada es obvio que no se pueden hacer muchos experimentos; ¿no es ésta una razón más para dar el salto decisivo, de una vez por todas, en el volumen de producción del Teatro de la Zarzuela? La recuperación de la obra de Calleja se dibuja como un logro artístico incontestable demostrando cuál es la razón de ser de este teatro; como es natural eso no es óbice para que se continúe con la labor de renovación del repertorio clásico. Pero así como la calidad es muy alta la cantidad es ridículamente escasa. ¡Queremos más placeres ínfimos, por favor! © Christopher Webber 2007 Las bribonas , zarzuela
en un acto y cinco cuadros. Libro: Antonio Martínez Viérgol;
Música: Rafael Calleja. Reparto: Secretario – Juan Viadas; Don
Higinio – Jesús Castejón; Alguacil – Fernando
Ransanz; Doña Florita – Mamen Godoy; Doña Angustias –
Estrella Blanco; Doña Milagros – Karmele Aramburu; Doña
Desideria – Mary Carmen Ramírez; Liborio - Cipriano Lodosa; Trini
la Jerezana – Johana Jiménez; Mademoiselle Margherite –
Carmen Conesa; Negro Domingo – Eloy Arenas; Juez Municipal – Miguel
Ángel Gallardo; Médico – Roberto da Silva; Boticario
– Nacho Castro; Veterinario – Paco Torres.
31/VIII/2007 |