Libro Albert Vanloo y Pocas horas antes de acudir a la mítica Sala Favart, donde se estrenasen las versiones originales de óperas cómicas tan celebradas como Dinorah, Carmen o Los cuentos de Hoffmann, deambulábamos maravillados por el patio Puget del Museo del Louvre admirando las esculturas neoclásicas de Girardon y los Coustou ¿pero dónde estaba la Psiche reanimada por el beso de Amor de Canova? ¡Pobres de nosotros! Si queríamos ver las esculturas de Antonio Canova teníamos que cruzar al ala Denon del museo donde se expone la escultura italiana. ¿Pero es que alguna vez Canova se plantearía que sus esculturas eran "italianas"? Con tal idea rondando por nuestra cabeza llegamos a la representación de una obra de la que todos hablaban en el programa de mano como "opereta", que sus autores denominaron "opéra-comique" y que en España se estrenó en 1889 como "zarzuela" en el Teatro Tívoli barcelonés. Y es que las obras no suelen ser lo que sus autores dicen que son y mucho menos lo que nos han hecho creer que son quienes han escrito sobre ellas. Por este motivo desde Zarzuela.net damos la bienvenida a operetas y óperas cómicas que, efectivamente, fueron entendidas (¡y sentidas!) como genuinas zarzuelas por el público y los creadores españoles que las traducían, adaptaban, interpretaban y aplaudían. Del propio Lecocq se estrenaron en España al menos treinta versiones castellanas de sus operetas, ¿el dato no es elocuente por sí mismo? La zarzuela, como fenómeno cultural, nunca entendió de pasaportes y tan zarzuela fue Pan y toros de Barbieri como La bella Elena de Offenbach, El cafetal de Lecuona o Las musas latinas de Penella. Zarzuelas fueron, en definitiva, Dinorah, Carmen y Los cuentos de Hoffmann. Abrir la zarzuela al mundo nos permite comprenderla con mayor propiedad y rigor. Es por ello por lo que hoy celebramos la recuperación en tiempos modernos de este "zarzuelón" en tres actos y ocho cuadros de Charles Lecocq, esperando poder saborearlo algún día en castellano tal y como ya lo hiciesen nuestros tatarabuelos. El Teatro de la Opéra Comique de París no nos tiene acostumbrados a las recuperaciones de operetas en el olvido, limitándose a poner en escena cuando se acerca a este género títulos de éxito asegurado como La viuda alegre, Los brigantes o Ciboulette. Por fortuna parece que la tendencia está cambiando y ha regresado a las tablas, ciento veinticinco años después de su estreno parisino, este suculento Alí Babá que se ha revelado como una auténtica obra maestra de la opereta de la Tercera República. Los encantadores cuplés a solo se suceden con endiablados valses; los explosivos finales de acto, desarrollados con mano maestra, junto a dúos bufos y coros pintorescos. Hemos echado de menos, eso sí, el grandioso ballet que sirve de final al acto segundo y que en estas representaciones se ha decidido cortar completamente. Si ya no vemos ballet en los teatros de ópera de París, ¿dónde podremos ir a verlo? El éxito de este Alí Babá ha tenido un responsable incuestionable en la figura del director musical Jean-Pierre Haeck. A las órdenes de su batuta, la Orchestre Opéra de Rouen Haute-Normandie ha dado vida, color y sonido a una partitura plagada de sutilezas tímbricas. Su manera de articular, nota por nota, cada inciso, cada frase, ha conseguido que en los cuplés toda estrofa resultase diferente a la anterior y que no hubiese lugar para lo repetitivo. En los conjuntos y coros ha subrayado el carácter eminentemente escénico de la música, dotando a los números de una ligereza que se nos antoja muy francesa, en la línea de los celebrados Offenbach dirigidos por Gardiner o Minkowski. En este sentido, debemos dejar testimonio del impecable trabajo del Choeur accentus, titular del citado teatro de ópera de Ruan, dirigido por Christophe Grapperon. Ante un capítulo musical tan brillante lamentamos tener que afirmar que la puesta en escena de Arnaud Meunier haya resultado fallida en el sentido en que obviaba un componente para nosotros esencial de Alí Babá. Como opereta de gran espectáculo se esperaba mucho de lo que tiene que ver con los elementos más visuales de la escena. Ambientada en unos grandes almacenes contemporáneos, la escenografía de Damien Caille-Perret sólo encontró su media hora feliz en el cuadro de la casucha de Alí. El vestuario de Anne Autran Dumour tampoco resultó vistoso, especialmente en lo que se refiere a los figurines de las protagonistas. No negaremos, eso sí, una dirección de actores convincente a partir de una dramaturgia de Laure Bonnet que apenas ha tenido que intervenir en un texto original convincente por sí mismo y que hoy podría enganchar de manera singular al público infantil. Por último, unas líneas sobre los artistas que han hecho posible este Alí Babá. Son muchos, aunque precisamente el día que nosotros acudimos brilló con luz propia una cantante recién salida de la Académie de la Opéra Comique. Se llama Judith Fa y ciertamente podemos esperar de ella una brillantísima carrera. A su bellísima voz y estilo innegable se suma una presencia física irresistible. Su Morgiana fue una experiencia inolvidable. A su lado, Tassis Christoyannis personificó un Alí Babá rotundo en todos los sentidos, recibiendo ovación cerrada al final de cada uno de sus números. La bufa Christianne Belanger, también alumna de la academia, estuvo deliciosa como Zobeida, cantando con intención y haciendo reír hasta a los más serios. François Rougier como Cassim y Philippe Talbot como Zizí fueron su contrapunto masculino, especialmente hilarantes en su dúo del segundo acto. © Enrique Mejías García 2014
in English 27/V/2014 |