Toñy Rosado - Haga clic para ampliar la fotoMadrileña Bonita

Quince años de la
desaparición de
Toñy Rosado


Gerardo Fernández
San Emeterio



Toñy Rosado (Antonia Rosado Casas)
n. Madrid, 8 de mayo de 1923
f. Madrid, 11 de abril de 1996


En estos días, se han cumplido quince años de la desaparición de Toñy Rosado. Fue el 11 de abril de 1996 cuando la enfermedad ganó el combate que ella le presentó, animosa y fuerte, como ella era.

Es verdaderamente difícil evocar la imagen de Toñy Rosado en estas breves líneas. Su personalidad y su carrera no han sido ni tan recordadas ni tan reconocidas como deberían, pues se la cataloga casi de forma exclusiva como intérprete de zarzuela, merced a las muchas que grabara bajo la dirección de Ataúlfo Argenta.

En efecto, sus interpretaciones de La verbena de la Paloma, Maruxa, El rey que rabió, La tempestad, La viejecita, El cabo primero o Bohemios resultan todavía modélicas tanto por la línea de canto como por la comprensión del texto y la musicalidad de la intérprete, y cabe también recordar su participación como Aurora, “la Beltrana” en la Doña Francisquita que dirigió José Tamayo para la reapertura del Teatro de la Zarzuela en 1956, donde daba réplica al entonces debutante Alfredo Kraus. Asimismo, fueron abundantes las grabaciones de zarzuela que realizó para Televisión Española.

Sin embargo, es preciso recordar que el repertorio de Toñy Rosado abarcó desde Monteverdi (cuyas Vespro della Beata Vergine interpretó en la Semana de Música Religiosa de Cuenca a las órdenes de Odón Alonso) a Mortari (cuyo Stabat Mater estrenó también en Cuenca junto a María Orán) y que su conocimiento del alemán, el francés y el inglés le permitieron abordar repertorio tan poco conocido en la España de los cincuenta como el de Gustav Mahler (de cuyos Lieder fue primera intérprete entre nosotros, acompañada al piano por Félix Lavilla), el de Richard Strauss, del que llevó a escena la Mariscala de Der Rosenkavalier en el Gran Teatro del Liceo, o la canción sefardí, de la que llegó a realizar un concierto monográfico, a capella, en la Sinagoga del Tránsito de Toledo.

Tony RosadoTambién, cantó títulos como Le nozze di Figaro de Mozart (fue Cherubino junto a Victoria de los Ángeles en la presentación de ésta en Madrid; desde entonces, les unió a ambas profunda amistad) y buena parte repertorio operístico italiano y francés para soprano lírico-spinto: Butterfly, Mimí, Santuzza (papel en el que dio la réplica a tenores de la talla de Beniamino Gigli o Giuseppe Di Stefano), ambas Manon (de Massenet y de Puccini), Amelia en Un ballo in maschera, Siebel en el Faust de Gounod, Mignon en la ópera homónima de Ambroise Thomas (que cantó con Cesare Siepi y Marimí del Pozo en el Liceo) y, sobre todo, Tosca, Aida y Carmen, papeles que hizo especialmente suyos y a los que hay que sumar uno del repertorio español que llevó de gira por toda Europa y que estrenó en Alemania: Salud en La Vida Breve de Falla.

En el campo de la canción de concierto fue Toñy Rosado no sólo escepcional intérprete de los autores españoles (Falla, Granados, Turina o Toldrá, con el que también le unió gran amistad), sino también de los franceses y alemanes, especialmente Fauré, Schumann y, sobre todo, su querido Brahms, compositor al que dedicó uno de sus últimos conciertos, siendo ya catedrática, en la Escuela Superior de Canto y la que iba a ser su última aparición pública: una conferencia que precedió a un recital Brahms a cargo de alumnos de la Escuela.

Ejerció Toñy Rosado la docencia desde la creación de la mencionada escuela hasta su jubilación en 1988. Como profesora, destacaban de su personalidad dos cualidades: su dedicación al alumno y la confianza que depositaba en éste, confianza que se recibía como un impulso para vencer los temores y afrontar los problemas que se presentaran. Al tiempo, su amplio conocimiento del repertorio, tanto operístico como concertístico le permitían salirse de la rutina tan habitual en los exámenes de canto. No se quedaba, sin embargo, en el plano musical lo señalado: el cariño que volcaba en su enseñanza y la confianza que transmitía al alumno la convertían, al tiempo, en confidente y consejera de la mayor parte de los que pasamos por su clase.

Al paso que comento su relación con el alumnado, entro casi sin quererlo en el recuerdo personal. Su serenidad, su gracia y su porte son tres cosas que no resultan fáciles de olvidar a cualquiera que la tratara. Al evocarla, viene siempre a mi mente la misma imagen: sentada el piano en el salón de su casa, contando anécdotas con aquella gracia suya y con aquel su mover de manos tan indescriptible como encantador, poniendo algún ejemplo por lo bajo, siempre en el registro más grave, siempre contenta y siempre dispuesta a enseñar, incluso cuando las circunstancias eran desfavorables, y desde luego si a veces lo fueron. Así es como me gusta evocarla y como permanece siempre en mi recuerdo: su bondad y su constancia, toda su sabiduría, musical y humana, a disposición del que aprendía, siempre acogedora y siempre en su sitio, como si, aún hoy, no se hubiese ido.

Todos pasaremos, es regla ineludible y sin excepción, mas hay en el pasar la posibilidad de permanecer en el recuerdo y de vivir en él animando con la imagen conservada la vida de los que aún pelean (peleamos) en este valle de lo que sea. Si me fuera dado elegir la imagen que de mí hubiera de dejar, no la quisiera distinta de la que Toñy dejó en cuantos la conocimos y la quisimos. La serenidad con la que aceptó el final y su dignidad frente al dolor: creo que esta última lección es la más válida (y las otras también lo fueron mucho) de cuantas de ella recibí.

Por todo ello, todavía hoy, no puedo pasar por El Retiro, junto a la calle de Alfonso XII, sin volverme a las que fueron sus ventanas, esperando en mi fuero más interno verla de nuevo asomada a ellas.

© Gerardo Fernández San Emeterio 2011


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13/VI/2011