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Alpha 171

Amor aumenta el valor

José de Nebra

Horacio - Olalla Alemán; Clelia - María Eugenia Boix; Porsena - Marta Infante;  Livio - Agnieszka Grzywacz; Porcia - Soledad Cardoso; Calpurnia - Ana María Otxoa; Mimo - José Pizarro. Los Músicos De Su Alteza;  dir. Luis Antonio González.

Alpha 171 [79:31]
[grab. 11/2009, Iglesia de Santa Isabel de Portugal, Zaragoza]


Esta ópera se estrenó en Lisboa en 1728, para los esponsales de Fernando VI y Bárbara de Braganza, y en ella Nebra se ocupó sólo del primer acto. Se trataba de un espectáculo a la española (loa, tres actos y entremeses, compuesto por “varios ingenios”, al modo del siglo XVII), sobre un texto de José de Cañizares (1676-1750), dramaturgo de éxito que, además, escribía habitualmente los textos para las composiciones que cantaba la Capilla Real española.

La música de los otros dos actos estuvo a cargo de dos compositores italianos: Giacomo Facco y Filippo Falconi. Ambos tenían más experiencia que el español, de hecho, parece que éste lucía sus primeras armas teatrales con este título, pues hasta la fecha se había limitado a componer música sacra para la Capilla Real española. De hecho, durante mucho tiempo se pensó que era la única obra teatral del compositor aragonés, y así lo recoge Cotarelo en su Historia de la zarzuela (1934) y, desde luego, fue la única compuesta para la corte, pues el resto de su producción dramática tuvo como escenario los dos coliseos públicos de Madrid: el de la Cruz y el del Príncipe (actual Teatro Español).

De todo aquel espectáculo sólo nos ha llegado la música de la loa (a cargo de Facco) y del primer acto, es decir, la de Nebra, que es la que graban con gran cuidado el grupo aragonés Los Músicos de Su Alteza. Según explica Luis Antonio González, el director del grupo, en unas notas breves, pero completas y bien documentadas, se ha dejado de lado la música de Facco por no tener contacto con el argumento de la ópera y por ser “de un estilo más arcaico y, por qué no decirlo, pobre de recursos que el que Nebra demuestra”. A pesar de ello, y aunque fuera por comprobar el contraste, no nos hubiera importado nada escucharla, aunque ello hubiera supuesto la presencia de un segundo disco en el estuche. Entre otras cosas, porque Los Músicos de Su Alteza se muestran capaces de sacar adelante y con éxito música menos interesante o más arcaica que la de Nebra.

Y ello porque, entrando ya en cuestiones interpretativas, la grabación de Amor aumenta el valor está llevada a cabo con un fraseo exquisito tanto en la orquesta como en los solistas y, en el caso de estos últimos, una dicción comprensible en todo momento, incluso en el caso de la única cantante que no tiene el español como lengua materna (Agnieszka Grzywacz). A todo ello acompaña una adecuación del sonido de los cantantes al afecto del aria que resulta extremadamente conmovedora en Olalla Alemán en “¡Ay, amor, ay, Clelia mía!” y sumamente graciosa en José Pizarro.

Ya que me refiero a este último, es destacable la decisión de pasar al gracioso de la tesitura de soprano (en la que están escritos todos los personajes en este caso) a la de tenor. Con ello, González varía el sonido, tal vez en exceso monótono, de la partitura original y se sitúa, a la vez, en la tradición española de que el gracioso fuera el único personaje cantado por un hombre. Sin embargo, a la luz de otros títulos de Nebra como Viento es la dicha de Amor, tal vez quepa pensar que el maestro aragonés buscaba distanciarse de esa tradición, toda vez que también desaparecen las casi inevitables seguidillas que el gracioso solía entonar, solo o en compañía de la graciosa. Queda la duda erudita, pero ello no impide disfrutar del canto de José Pizarro, que es quien se encarga de la parte del gracioso Mimo y que muestra un paso limpio y bien integrado a la voz de cabeza cuando es necesaria.

Hay que destacar, además, el cuidado en la interpretación de los recitativos, el verdadero disfrute en apoyaturas y disonancias y, sobre todo, la ausencia de la tendencia de otros directores al abuso de la voz de pecho o de los efectos pseudo folclóricos que un hábito que se desliza ya hacia la rutina supone inherentes a la música española del Barroco y que va siendo necesario dejar un poco de lado, aunque sólo sea por comprobar cómo suena esta música sin panderetas, castañuelas y jipíos.

La grabación es, en suma, un éxito que no se hubiera podido lograr sin el profundo conocimento que director e intérpretes tienen del fenómeno que les acompaña. La facilidad que transmite el producto (y con ello me refiero hasta a la cubierta del disco) no se alcanza por medio de la improvisación. Enhorabuena.

© Gerardo Fernández San Emeterio 2011


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8-XI-2011