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Salir el Amor del mundo
Sebastián Durón

Ensemble “El Mundo”, Richard Savino ( dir.)

Salir el Amor del mundo (Cañizares/Durón), y obras de Hidalgo, Marín, Santiago de Murcia et. al. Reparto:Jennifer Ellys Campani (soprano, Amor ); Karen Clark (soprano, Diana, Morfeo ); Nell Snaidas (soprano, Júpiter ); Ann Moss (soprano, Apolo, Zagala ); Erica Schuller (soprano, Marte), Ensemble “El Mundo”, Richard Savino, dir.

Dorian Recordings DSL-92107 [TT=62:27]


Recuperar a Sebastián Durón

Lo escaso y lo disperso del patrimonio musical hispánico del siglo XVII hace que sea una excelente noticia la publicación de grabaciones dedicadas a ello. En el caso que nos ocupa, se trata de Salir el Amor del mundo, de Sebastián Durón (1660-1716). Este compositor nacido en Brihuega (Guadalajara), que alcanzó el cargo de Maestro de Capilla (y probablemente Director de los Teatros) en la corte de Carlos II, que recibió y asimiló las influencias del estilo compositivo italiano sobre el autóctono, trazado para la escritura teatral desde comienzos del XVII, y murió exiliado, como maestro de capilla de Mariana de Neoburgo, viuda de Carlos II, en Cambo-les-Bains (Francia), casualmente, la misma localidad que vería morir más tarde a Isaac Albéniz.

Salir el Amor del mundo cuenta con texto de José de Cañizares y se estrenó en 1696. Viene precedida en la corte madrileña por otra obra de título similar: Venir el Amor al mundo, con texto de Melchor Fernández de León y música de Juan de Navas, estrenada en 1679 o 1680. La trama de ambas obras es similar y parecen responder a encargos de la corte, interesada en aquellos años en espectáculos mitológicos y escapistas, de escaso contenido ético o doctrinal, ajenos en el fondo (aunque no en la forma) a la manera heredada de Calderón de la Barca. De hecho, sabemos que constituyeron “programa doble” (la obra de Fernández de León y Navas es en un solo acto) durante la jornada de los reyes a Toledo en 1698.

El disco plantea, además, la doble forma de difusión e interpretación que tenía la música a solo (el Tono) en el XVII: ya dentro del contexto de una obra dramática, como pieza a solo equivalente al aria, ya separada de ella, en general por su popularidad, dentro de recopilaciones para voz y bajo continuo. Así, el disco completa su duración con tonos de antecesores suyos en la creación de ese estilo autóctono a lo largo del XVII como son Juan Hidalgo y José Marín. En este sentido, se había adelantado a la labor de Richard Savino y su equipo, el disco Tonadas, interpretado por Raquel Andueza y Manuel Vilas editado por Naxos en 2007.

En lo que sí tiene Savino el dudoso honor de ser el primero es en la inclusión en tanda de tres fandangos (los de Santiago de Murcia, del Padre Soler y otro anónimo que hace de bisagra entre ambos), a la que el director se refiere en las notas como una “jam session”. No se entiende qué pintan ahí los fandangos, y menos todavía es el empleo en el de Soler de un violín tocado como si se tratara de música folclórica de los Balcanes y acompañado, cómo no, de castañuelas.

Richard SavinoSorprende todo este añadido cuando en las mismas notas, Savino informa de que ha suprimido la música de la loa y la de un par de transiciones (música que se tocaba entre dos escenas, algo similar a los intermedios en la zarzuela de los siglos XIX y XX) por considerar dispersaban la trama. Con todo ello, seguramente estoy adelantando que la buena noticia a la que me refería arriba, con serlo, no lo es tanto, pues el reparto destaca ante todo por su pésima dicción, con un fortísimo acento anglosajón que hubiera, al menos suavizado un asesor, que los hay para tal fin y hubiera el director debido contar con ellos.

Junto a ello, Savino ha abundado en la huella abierta hace años por algunos grupos españoles de darle a nuestra música del Barroco, incluida la palaciega, un aire popular, folclórico. De este modo, las cantantes abusan del registro de pecho y de efectos guturales, patente caricatura en algunos casos de las grabaciones de Dolores Pérez (cuando no de las de Lola Flores), tanto en la expresión y el fraseo. En cuanto al acompañamiento, rasguea la guitarra de modo cercano al flamenco siempre acompañado de pandereta y castañuelas en cuanto el tempo pasa de un andante. Es especialmente claro en este sentido lo exagerado de la interpretación de la Zagala por parte de Ann Moss, pero su presencia en conjunto hace que debamos responsabilizar de ello al director.

Por lo visto, dado que para algunos España sigue siendo diferente, es menester recordarlo: aunque tuviera alguna base folclórica, o simplemente popular (que no es lo mismo), la música escrita para la corte es eso: música escrita para la corte y no cantos de taberna o lavadero, que es lo que resulta del conocidísimo (y hermoso) “¡Ay, que sí, ay, que no!”, cantado con impostación nasal por aquí y por allá, unos portamentos y unos trinos a la francesa carentes de todo sentido y, cómo no, sazonado de pandereta y castañuelas hasta el aburrimiento. Si les interesa la música que están haciendo, ¿por qué taparla a golpe de efectos que no le añaden nada?

Sí puedo alabar la primera parte del “Sosieguen, sosieguen”, en la que Jennifer Ellys Campani parece disfrutar de la música por sí misma, hasta que, con un brusco cambio de tempo en el que intervienen las guitarras y las castañuelas, volvamos al abuso de la voz de pecho y la emisión nasal, y a exageraciones expresivas propias de un tablao flamenco (en el que, por cierto, hubiera estorbado el fuerte acento anglosajón de la cantante), pero totalmente desconectadas con la sección anterior. El contraste es tal que anula la comparación entre ambas secciones, pues hace pasar del disfrute al enfado. Todo ello lleva a añorar el tono contenido, aunque en modo alguno inexpresivo, del disco de Andueza y Vilas, que adecúan la parquedad de medios al carácter de cada uno de los textos, perfectamente dichos, además de cantados, por la reconocida soprano.

En cuanto a las notas están escritas sin repasar demasiado las fechas, dado que supone que la corte de Felipe IV (al que llega sin transición desde la derrota de la Invencible) aparece descrita en las obras de Cervantes y de ahí se salta a una panorámica de lo sucedido en la corte a partir de la llegada de Isabel de Farnesio tras el cambio de dinastía. La escasa información del autor de las notas sobre el contexto se manifiesta en detalles como su sorpresa porque Morfeo salga a escena coronado de opio y con amapolas en la mano, que le parece propia de El mago de Oz.

En conjunto, sí es buena noticia que la música de teatro barroco español comience a interesar al campo de la industria musical internacional, no lo es que se haga con tal escasez de medios y, sobre todo, de pensamiento.

© Gerardo Fernández San Emeterio 2011


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12.IV.2011