El archivo de música
enmohecido
Ésta es la versión original de la primera partitura teatral de Martín y Soler, escrita cuando tan sólo tenía veintiún años. Se trata de una ligera ópera cómica trazada según el modelo clásico, completamente cantada y con la combinación típica de bajo (el tutor entrado en años), soprano (su encantadora pupila) y tenor (un apuesto aristócrata) más un grupo de cómicos (los sirvientes). Dotada de fluidez, rápidez y amenidad, su éxito en la corte española impulsó la fama de su autor y propició el inicio de su carrera internacional. Pero a pesar de que la obra exhibe algunos de los rasgos que caracterizarán las mejores obras teatrales de Martín y Soler, como Una cosa rara, carece de su chispa teatral y de una adecuada delineación de sus personajes. El único aria en estilo popular (una seguidilla, delatora de su filiación hispana) se destaca como uno de los mejores momentos de la partitura. Il tutore burlato es, en suma, una pieza inteligente y elegante pero falta de hondura. La versión en lengua castellana adaptada por Pablo Esteve (La madrileña) es una zarzuela con diálogos hablados en lugar de recitativos que fue grabada y publicada en un único pero bien aprovechado cedé hace unos cuantos años por la Capella de Ministrers. Aunque el reparto internacional reunido por Les Talens Lyriques es idóneo en cuanto a ejecución formal, apenas consigue aportar al texto nada que lo saque de lo convencional. Il tutor burlado ha sido representada en el Teatro Real de Madrid, pero esta grabación procede del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso en Segovia, donde la obra vio la luz en 1775. Los efectos de su estruendosa acústica han sido minimizados por una producción cuidadosa que cuenta con una cercana toma de sonido
Una de las personalidades más versátiles de la historia musical española fue Manuel García (1775–1832), gran tenor, buen actor, dinámico empresario y padre de una dinastía de artistas en la que destacaron sus hijas, Pauline Viardot y la legendaria María Malibrán, cuyas carreras habrían podido servir de argumento a sendas óperas. Su obra lírica está dividida entre una primera etapa española que coincide con su estancia en Madrid y un posterior período "italiano" en París y Londres al que Juan de Udaeta define como de "estilo internacional" en las notas justificatorias que acompañan al disco. Dicho con palabras menos bonitas se trata de una ópera belcantista que sigue la estela de Rossini, totalmente predecible y convencional, escrita para permitir el fácil lucimiento de los cantantes, dotada de una ambiciosa escala pero falta de toda personalidad. Posiblemente su superficialidad se habría atenuado si García hubiera optado por un asunto mucho menos embebido de la psique española. Pero como no es así, el sevillano reduce la épica cervantina a una larguísima sucesión de anécdotas semi-bufas en la que el final feliz resulta tan anodino como esperado. La interpretación -grabada en el Teatro de la Maestranza de Sevilla el año 2006- es áspera y directa. Un competente reparto hispano encabezado por el tenor Ángel Rodríguez como el loco Don Quijote y el barítono-bajo Javier Galán como Sancho Panza se las ve y se las desea para sacar adelante con algo de vida el texto italiano. Para lograr que la ópera quepa en dos cedés se han eliminado todos los diálogos, aunque eso tiene como consecuencia que el final del acto primero quede repartido entre ambos discos. Resulta emocionante escuchar al veterano Pedro Farrés -el memorable Juan de Eguía de la grabación de La tabernera del puerto de 1971 dirigida por Sorozábal- en una colaboración especial como inspector de policía. A pesar de eso, dadas las limitaciones interpretativas y la falta de esmero de la grabación (que adolece de ruidos electrónicos y en la que, incluso, se escuchan los pasos de los intérpretes en el escenario) este aburrido Don Chisciotte no da para mucho más que una primera escucha.
Comparada con su predecesora Ildegonda, La conquista di Granata (1850) hace gala de más virtudes que aquélla, como una mayor solidez de su dramaturgia musical de cuño donizettiano, un mayor colorido orquestal y una mayor robustez de su vena verdiana además de contener algunas buenas melodías muy rítmicas. Escrito como celebración de las virtudes de Isabel I de Castilla y sazonado con una anécdota amorosa entre moros y cristianos, el libreto de Temistocle Solera rinde a su vez galante tributo a su protectora (y posiblemente amante), la reina Isabel II, que fuera ferviente admiradora del joven compositor. Muy a pesar de esos evidentes credenciales nacionalistas la ópera tan sólo experimentó un succès d'estime, para pasar a recoger polvo durante 150 años, hasta que en 2006 el Teatro Real la recuperara en versión de concierto. Aunque no se le puedan poner grandes pegas la obra tampoco tiene nada especial (y por supuesto ningún rasgo español). El esmerado estilo de Arrieta no es personal, su sentido del teatro resulta excesivamente vago para aprovechar las oportunidades que el exótico telón de fondo brinda y su alcance dramático es demasiado débil para hacer que las marionetas de Solera prendan nuestro interés siquiera a ratos. Los intérpretes hacen en cualquier caso lo imposible por dotar de vida a la obra. Mariola Cantarero y José Bros como la pareja musulmana/cristiano lideran un espléndido reparto. Ana Ibarra está en plena forma como reina Isabel. El poderío vocal de Ángel Ódena se encarga de dibujar al amigo del héroe. El Muley-Hassem de Alistair Miles confiere al villano un sobreactuado aroma de cartón pieda. La grabación es sobresaliente por su claridad, rotundidad y equilibrio, y se sitúa con diferencia a la cabeza de las aquí reseñadas. Pero, a pesar de lo bien dirigida, cantada y tocada que está -con estilo y pasión-La conquista di Granata se perfila como un tímido ejercicio de estudios más que como un auténtico producto definitivo. La suma resulta mucho menos que las partes. Pido disculpas por reiterarme pero: ¿Por qué? ¿Por qué gastar tanto dinero y tiempo recuperando las óperas italianas de Arrieta cuando sus zarzuelas de madurez está condenadas a pudrirse?
El navarro José Castel (1737–1807) disfrutó de una exitosa carrera en su Tudela natal antes de trasladarse a Madrid hacia 1760, donde destacó como compositor sacro y teatral, además de como impresor y editor. En su época fue considerado rival de Haydn y Pleyel en el ámbito de la música instrumental, si bien tras su muerte cayó en el ostracismo como tantos otros buenos compositores españoles. La reciente recuperación de sus tonadillas ha mostrado cuán injusto era ese olvido; la zarzuela en tres actos La fontana del placer (estrenada con éxito en el Teatro del Príncipe en 1776 pero no repuesta jamás hasta la edición de 2007 del Festival de Música Antigua de Aranjuez) se perfila como una agrabable comedia ligera dotada de una partitura atractiva que sabe conciliar unas líneas vocales al más puro estilo italiano con un sentido del ritmo y diseño melódico muy españoles. El aspecto más interesante de su argumento interclasista radica en situar a la figura de Don Narciso -un caballero español que tras enriquecerse en América vuelve para casarse con el amor de su juventud- en elemento central de la pieza. Pero esto no son Los gavilanes, y tras varias complicaciones absurdas el protagonista se las compone para lograr su objetivo. El aria de salida de Narciso es una pieza de exhibición de siete minutos de duración donde se suceden momentos de pasión y tierno amor en un estilo operístico próximo al de Haydn aunque con un toque nervioso muy personal. Es un número impresionante y Juan Noval-Moro lo afronta con valentía a pesar de su escritura aguda y su exigente coloratura pensadas para lucimiento de José Ordóñez “el Mayorito”. Su grandilocuente aria del acto II, igualmente agotadora, no se sitúa, sin embargo, al mismo nivel musical. Las dos arias de su amada Teresa se equiparan a las anteriores en cuanto a compleja sofisticación formal y la cálida voz de la soprano Eugenia Enguita logran deleitarnos con ambas. Los números de los cuatro criados son sencillos, salados y breves aunque el sexteto final del acto I nos ofrece de nuevo un fascinante híbrido entre el estilo bufo italiano y el sabor más local de la tonadilla escénica madrileña. Una acústica demasiado resonante y una lejana colocación de los cantantes debilitan la claridad de esta vívida y sólida lectura. Reducir la grabación a un único cedé ha supuesto la pérdida casi absoluta de los diálogos, pequeño precio a pagar, no obstante, por esta "fuente de placer". El libreto está imaginativamente editado; lo ilustran evocadoras acuarelas y fotos del montaje de Aranjuez. De las cuatro obras de teatro musical aquí reseñadas, esta última, firmada por un compositor prácticamente desconocido que escribe en su propio lenguaje musical, es la que proporciona un entretenimiento más estimulante y sólido.
© Christopher Webber
2009
26/VI/2009 |