Hyperion


Lionel Monckton - Songs from the Shows (Hyperion)

MONCKTON Songs from the Shows
Charming weather; All down Piccadilly (The Arcadians). Under the deodar; Yo ho, little girls, yo ho !; Try again Johnnie (A Country Girl). The sly cigarette; The boy guessed right (A Runaway Girl). When I marry Amelia; Keep off the grass (The Toreador). Maisie (The Messenger Boy). Liza Ann (The Orchid). My cinnamon tree; Pearl of sweet Ceylon (The Cingalee). A simple little string (The Circus Girl). Beautiful bountiful Bertie (The Shop Girl). The Temple Bell (The Mousmé). A bad boy and a good girl; The little grey bonnet; Tony, from America (The Quaker Girl)
Catherine Bott, Richard Suart, New London Orchestra y New London Light Opera Chorus, dir. Ronald Corp

[grab. St Jude-on-the-Hill, Hampstead Garden Suburb, 2-3 Julio 2007]
Hyperion CDW67654 [TT=77:31]
Cantables y notas en inglés


La verdad es que el paso del tiempo pasa factura. Hubo una época en que ninguna estrella brilló tanto como la de Lionel Monckton (1861–1924.) Durante la primera década del siglo sus grandes éxitos estuvieron en boca de la gente, ya viviera ésta en Londres o lo hicera en Viena, París o Berlín. Los títulos de las musical comedies en las que colaboró, Our Miss Gibbs, The Quaker Girl, A Runaway Girl y las demás, fueron conocidos desde Birmingham a Barcelona; su influencia en los compositores de zarzuela-opereta como el anglófilo Pablo Luna lo demuestra claramente. Pero ni siquiera una sátira tan mordaz del estilo de vida del Londres contemporáneo como pueda ser The Arcadians ha conseguido hacerse un hueco entre el repertorio de teatro lírico.

Lionel Monckton (1861-1924)Cuando se escuchan estas canciones con un siglo de distancia podemos añorar la nostalgia de antaño. Resulta una opinión extendida que la debacle que acompañó a la primera Guerra Mundial se llevó por delante el reconfortante mundo de Monckton, convirtiéndolo en algo insosteniblemente rancio y pasado de moda. Pero eso no rige para el caso de su música, que ha envejecido de modo favorecedor alcanzando nuestra era postmoderna con una delicada belleza que justifica con creces que Andrew Lamb sitúe al compositor “entre los más felices melodistas británicos.” Algunas de sus canciones más líricas como Under the deodar y My cinnamon tree alcanzan una mágica melancolía digna de Elgar, el laureado poeta musical de la generación anterior.

No. El punto débil para muchos radica en los textos, en numerosas ocasiones auténticas amalgamas de lascivia, sentimentalismo y ese infantilismo tan caro a nuestros antecesores de la era eduardiana. Las notas de Lamb se refieren a su ingenuidad pero yo no acabo de estar de acuerdo. He perdido la cuenta de los incontables “little babies”, “little boys” y “little girls”, todos ellos con una picardía modelada en el comportamiento adulto. No es necesario recurrir a Freud para explicar que los “pequeños pitos” y las “pequeñas salchichas” e incluso el “cigarrillo furtivo” de la niña sorprendida “al salir de la escuela en el frescor del jardín” (A Runaway Girl) nos transportan a soterrados magreos:

Mi cabeza giraste
cuando por vez primera aprendí
a acariciarte, mi pequeño amigo;
Yo tosía y me atragantaba
cada vez que fumaba,
pero aún me regocijo de haberte conocido. ¡Ah!
¡Oh!, cigarrillo furtivo
…”

No nos confundamos. Que los niños de hoy en día fumen resulta más perversamente impactante que una simple práctica de sexo oral bajo el cobertizo de las bicicletas. Y la insinuación al estilo del género ínfimo se convierte en un gozoso aliño, especialmente si se ajusta, como es el caso, a un delicioso vals vienés, con una introducción y un postludio que hacen una vivaz alusión a la música del fuego de El anillo wagneriano cuando nuestra heroína enciende el cigarrillo. Pero una pequeña dosis de este tipo de cosas da sobrado juego, y el disco no puede evitar tener un aire de uniforme sicalipsis, que sin embargo no tiñe la integridad de cada una de las obras aquí representadas.

Cuando Our Miss Gibbs fue recuperada hace un par de años en el Finborough Theatre de Londres el pródigo ingenio que en ella se exhibe abrió los ojos de muchos a la calidad de ese tesoro teatral que hemos decidido despreciar. Las dos canciones de Our Miss Gibbs con que se cierra la selección ofrecida por Hyperion –escritas como muchas de las aquí incluidas para la esposa de Monckton, la incomparable Gertie Millar– son realmente memorables; pero no resultan ejemplos aislados en lo que a calidad se refiere, pues tanto el par de números de The Arcadians como otros muchos fragmentos de este álbum brillan a la misma altura. Sin embargo, como ocurre con los más exquisitos placeres, estos confites de Monckton se degustan mejor con moderación.

Catherine BottAunque son bien servidos por los intérpretes. Con su emisión vocal sin impostación y su pureza de voz blanca desprovista de vibrato, la elección de la “reina de la música antigua” puede resultar sorprendente a la hora de abordar un repertorio escrito para cantantes de ópera ligera, en vez de para artistas de cabaret; los resultados son excéntricos pero en ningún caso negativos puesto que Catherine Bott despliega una gran personalidad en su interpretación. La facilidad con que dice los textos resulta muy grata: la lectura relajada y natural –para nada dirigida al paraíso– de “Keep off the Grass” y de “Tony from America” están especialmente logradas. La última contiene un misterioso atisbo de ragtime. Sólamente la pieza de coloratura “Temple Bell” de la japonaiserie con geishas The Mousmé y el impetuoso pasodoble “Moonstruck” resultan más calculadas que espontáneas. Su trabajo ha conseguido despertar mi entusiasmo.

Richard Suart se ajusta mejor a los roles cómicos de “fresco” que a los serios de galán, de manera que “When I marry Amelia” y “Beautiful bountiful Bertie” funcionan mejor que los dúos o que la romántica “Pearl of sweet Ceylon”; sin embargo la inteligencia de Suart en asuntos estilísticos compensa su falta de frescura vocal juvenil. Buen gusto e ingenio elegante son los fuertes de Ronald Corp, y a pesar de que hay una cierta uniformidad en sus tempi o de que no consigue extraer más que un tenue colorido en lugar de una aportación entusiasta de orquesta y coro, los resultados no son nunca menos que correctos poniendo de manifiesto el estilo de Bott admirablemente. El ensayo de Andrew Lamb proporciona otro plus, resumiendo los aspectos históricos y la compleja cuestión de las colaboraciones musicales y literarias de Monckton con admirable brevedad. Y ya que sólo podemos aspirar a ver estas obras en el teatro de nuestros sueños, la inclusión de los contextos argumentales de estas canciones resulta impagable. El sonido de impecable balance de Tony Faulkner y la casi total ausencia de grabaciones modernas de Monckton completan el listado de razones para recomendar este valioso disco.

© Christopher Webber 2008
Traducción española © Ignacio Jassa Haro 2008


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2.IV - 21.V.2008