Rafael Fruhbeck de Burgos (foto: www.agenciacamera.com)

Rafael Frühbeck de Burgos
celebra ochenta años con

La Tempranica


Madrid, Teatro de la Zarzuela
(22 de Septiembre de 2013)

Una crítica de Ignacio Jassa Haro


¿Cumplir ochenta años como lo ha hecho Rafael Frühbeck de Burgos? ¿Dónde hay que firmar? La lucidez del hombre y la maestría del músico puestas de manifiesto estos días en que se celebra su aniversario no nos permiten albergar dudas al respecto sobre el estado ideal en que nosotros desearíamos llegar a la senectud: tan bien como él.

Frühbeck, lleno de energías en el podio, nos regaló como inauguración de temporada del teatro de la calle Jovellanos un programa muy personal centrado en una de sus obras españolas fetiche, La Tempranica, admirada y adorada por el veterano director orquestal burgalés. Para abrir boca antes de tan suculento manjar no buceó, como hubiéramos deseado para redondear la velada, en la producción de Gerónimo Giménez ofreciéndonos, en cambio, una más convencional selección de la Suite española de Albéniz en su propia orquestación.

En el Albéniz, Frühbeck dirigió con ímpetu a una Orquesta de la Comunidad de Madrid que se mostró muy disciplinada. La lucha afanosa de un sector del público por acallar los aplausos espontáneos surgidos al acabar cada brillante movimiento de la suite enrarecieron un poco la atmósfera al contaminar nuestra sala con hábitos poco saludables venidos de otras latitudes del hemisferio musical.

La Tempranica fue otro cantar. La espléndida belleza de la partitura de Giménez que se escucha de forma muy natural de corrido –a ello, desde luego ha contribuido la difusión de grabaciones de la obra, de manera destacada la dirigida por el propio Frühbeck con Teresa Berganza como protagonista– no se perturbó por las ovaciones que jalonaron su ejecución. No entendemos por ello el corte introducido en el número 5 de la partitura eliminando la bella sección instrumental que a la par que permitir un momento de lucimiento a la orquesta está dotado de verdadero sentido dramático, al transportarnos desde el campo a la ciudad de Granada a ritmo de urbanita vals, como Enrique Mejías bien señala en sus deliciosas notas al programa.

El reparto al completo junto al coro y la orquesta se implicaron con fervor bajo las órdenes del homenajeado maestro permitiendo lucir el garbo inspirado, el hondo sentimiento y la grandeza “chica” de la señera zarzuela estrenada sobre esas mismas tablas ciento trece años y tres días antes de este concierto. María José Montiel acometió el rol titular con la sinceridad artística de la que siempre hace gala y a la que, tristemente, la ineficacia de los programadores nos mantiene tan ajenos. Si su vocalidad se ajusta como un guante a los requerimientos del personaje de la Tempranica sus dotes expresivas y su estilo propio la llevan a abordar dicho papel con una fuerza poco común entre sus compañeras de profesión, lo mismo cuando marca los acentos risueños de María que cuando se adentra en los territorios sombríos de su alma. El brevísimo diálogo que antecedió en este concierto al no menos breve número conclusivo de la zarzuela nos ha permitido hacernos una idea –aunque haya sido por unos pocos segundos– de las posibilidades escénicas de este título, haciéndonos desear que se ponga en escena algún día no muy lejano.

Virginia Wagner mostró perfecta desenvoltura cantando la “Tarántula” como Gabrié a la par que se encargó también con donaire de la parte de Salú mientras que Carlos Bergasa supo dar forma a la "desordenada" pasión de Don Luis. Juanma Cifuentes hizo, por su parte, la conmovedora parte del viejo en la senda de la jondura que el mismo Frühbeck propiciara ya cuando fichó al cantaor Roque Montoya “Jarrito” para su grabación de la obra hace cinco décadas. Así lo recordaba elocuentemente el propio maestro en las recientes Jornadas de Zarzuela celebradas en Cuenca y auspiciadas por la Fundación Guerrero donde participó en una mesa redonda sobre interpretación zarzuelística. El muy correcto Zalea de Ricardo Bernal completaba el grupo de roles acometidos por cantantes traídos para la ocasión, ya que del resto de pequeñas partes se encargaron miembros del Coro de la casa con gran profesionalidad. El maestro Antonio Fauró supo preparar la jugosa parte de dicho conjunto vocal –especialmente lucida en lo que a las voces varoniles se refiere– con el rigor a que nos tiene acostumbrados.

La ORCAM mantuvo, como siempre acontece en estas citas concertísticas, una conformación de lujo que seguramente no habría sido posible alojar en el foso del teatro. Sin embargo, esta sinfonización de la zarzuela, más que un lujo, la empezamos a vislumbrar como un verdadero problema. El mismo Frühbeck confesó en las mentadas jornadas conquenses que en la encrucijada de la mitad de la centuria pasada en la que Atáulfo Argenta inicia el gran proyecto fonográfico por él continuado, el empleo de una buena (y gran) orquesta se entendía como una forma de dignificar la interpretación del género, que, al igual que la propia España, pasaba por una situación de carestía. Entendemos que siendo, como lo es, loable este propósito contenía un importante error de partida: una interpretación del género completamente descontextualizada de su esencia teatral y una descarada emulación de los megalómanos usos operísticos.

Esa desproporción de medios puede conducir a situaciones como las vividas la noche de autos con el volumen sonoro alcanzado por la orquesta convertido en enemigo número uno de los cantantes. Si además concurren desafortunados agravantes como una inadecuada infraestructura –derivada de la ausencia de una concha acústica en el escenario de la Zarzuela que hace que se pierda el sonido– y una errada ubicación de los solistas –situándoseles detrás de la orquesta en lugar de delante de ella– es fácil entender cómo el conjunto instrumental se tornó en una verdadera barrera sonora que comprometió terriblemente la interpretación. De este modo un momento culminante como el concertante del cuadro segundo que en las lúcidas palabras de Frühbeck de Burgos pronunciadas en Cuenca está “tan bien escrito que se escuchan todas las voces” no pudo lucir como debería.

A pesar de los problemas comentados, que esperamos que se puedan corregir en las muy destacadas citas concertísticas que esta temporada tiene por delante, no queremos concluir esta reseña sin celebrar dos felices realidades: la contagiosa vitalidad creativa del maestro Frühbeck de Burgos, que nos encandila con su fraseo y que satura nuestros sentidos con esa batuta que marca infinitos matices a su instrumento orquestal y la maravillosa combinación de inspiración y sabiduría compositiva del maestro Giménez, que nos absorbe de lleno cada vez que vivimos en directo su música, haciéndonos sentir desafortunados por no conocer más títulos de su inagotable catálogo lírico.

© Ignacio Jassa Haro 2013


Programa Primera parte: Suite española, op. 47, de Isaac Albéniz, orquestación de Rafael Frühbck de Burgos (selección): Castilla, Granada, Sevilla, Asturias, Aragón. Segunda parte: La Tempranica, zarzuela en un acto con libro de Julián Romea y música de Gerónimo Giménez, edición crítica de Claudio Prieto, Ediciones Autor / Instituto Complutense de Ciencias Musicales 1999 (versión de concierto). Reparto: María - María José Montiel; Gabrié y Salú - Virginia Wagner; Pastora - Ana María Ramos; Gitana vieja - Ana Santamarina; Don Luis - Carlos Bergasa; Zalea - Ricardo Bernal; Viejo (cantaor) - Juanma Cifuentes; Don Ramón - Juan Ignacio Artiles; Mr. James - Matthew Loren Crawford; Orquesta de la Comunidad de Madrid, Coro del Teatro de la Zarzuela (dir. Antonio Fauró), Rafael Frühbeck de Burgos (dir. mus.).

La Tempranica con Rafael Fruhbeck de Burgos (Teatro de la Zarzuela, 2013)

Gerónimo Giménez - Biografía inglesa
La Tempranica - Sinopsis argumental inglesa
Vimeo - video promocional del concierto
zarzuela.net

7/X/2013