Si un buen manzanilla debe criarse durante al menos cuarenta años en su barrica para poder llegar a consumirse, España parece querer aplicar ese mismo modus operandi para degustar sus mejores óperas. Y aunque no haya permanecido tanto tiempo en la cuba como el Merlin de Albéniz, el Juan José de Sorozábal, que se terminó hacia 1968, tiene en la de hoy su primera interpretación en Madrid (tan sólo dos días después del estreno absoluto en el Donosti natal del compositor). Todavía ahora, veinte años después de su muerte, es comentada la retirada de la obra en plenos ensayos en el Teatro de la Zarzuela en 1979, con un reparto del que formaron parte, entre otros, Tomás Álvarez, Ángeles Chamorro y Enrique del Portal. Sorozábal sostuvo hasta el final que Juan José era la perla de su producción; ahora Madrid ha tenido la oportunidad de juzgarlo por sí mismo. A la par que un hito en la historia del teatro español, la tragedia de Joaquín Dicenta Juan José (1895) se convierte en un equivalente dramático a la galería de vicios sociales expuesta por Pérez Galdós en sus Episodios nacionales. Su argumento de celos, violencia y asesinato es propulsado por el combustible del paro, el hambre y la pobreza oprimente que envuelve a las clases más desfavorecidas de Madrid. El humilde albañil Juan José pierde su dignidad, su trabajo y finalmente a su mujer Rosa por acción de Paco, su capataz. Aunque quede privado de libertad tras verse obligado a robar por la presión que sobre él ejerce Rosa, se escapará de la cárcel para matar a ésta y a Paco sin que al caer el telón se preocupe por abandonar la escena del crimen. La obra, que quedó olvidada desde el término de la guerra civil por motivos que no es difícil de entender, proporciona, por su ágil acción y su gran intensidad emocional, unas posibilidades para su adaptación operística que Sorozábal sabrá aprovechar en los tres actos reciamente dibujados de su drama lírico popular.
Conociendo la obra de Sorozábal resulta lógico que no escaseen los momentos de riesgo: los episodios de imperiosa vulgaridad hacen un sorprendente contrapunto al predominante lenguaje popular pucciniano. Se trata de una partitura con carácter, para nada fácil de predecir. ¡Qué poco previsible resulta para los primerizos el generoso ardor tenoril de Paco! –que, a diferencia del original de Dicenta es redimido, como todo jefe que se precie, de su condena a muerte–. Los malos nunca creen que lo son y Sorozábal muestra aquí la pericia del hombre de teatro experimentado para confiar en el sentido común de su público en lugar de ponerse a pensar por él. La atmósfera ligera y cercana de la prisión en el acto III puede parecer anti-intuitiva pero proporciona el contraste necesario para que el drama progrese y resulte expresiva la penumbra. Hay infinidad de cuidadas intervenciones de la orquesta, entre las que sobresale el toque distante y calmo de una corneta anunciándonos el amargo amanecer que vendrá a suceder a la catástrofe final. Resulta tentador hablar de un verismo español pero, dado el planteamiento formal y los espartanos medios empleados, el efecto final resulta, a mi juicio, más cercano al expresionismo alemán de mediados de siglo; antes que de una Bohème se trata de un Wozzeck madrileño, aunque a la larga el método es en gran medida el propio del compositor. El acto central, desarrollado en el cuartucho de Rosa y Juan José, tiene enorme carga emocional quedando dominado por una cantilena contrapuntística de la cuerda de dignidad casi sibeliana, una suerte de rondó martirizador que nos evoca el hambre de sus ocupantes. La escena inicial entre Rosa, su dulce amiga Toñuela y la dura de roer Isidra es uno de los momentos más conmovedores de toda la producción de Sorozábal, y pone el énfasis en el sufrimiento noble, algo totalmente novedoso en su obra lírica. El dúo que le sigue entre Rosa y el desdichado Juan José es piedra angular de la ópera y auténtico corazón del drama, con un espíritu de derramamiento de sangre espiritual anticipador del crimen del acto final. Como sucede con Adiós a la bohemia ésta es una ópera que sólo se puede apreciar en su justa medida tras una escucha atenta y en detalle. El texto está dispuesto con enorme naturalidad y resulta imprescindible saber con precisión qué se dice mientras se canta, algo que no siempre resultó posible en el Auditorio Nacional donde a los cantantes en ocasiones se los comió el sonido exuberante de la Orquesta Sinfónica de Musikene, cuyos miembros, a pesar de su juventud, brillaron por su virtuosismo. Destacamos el impresionante trabajo de los instrumentistas de cuerda, sin perjuicio de las aportaciones solistas de la madera y el metal. José Luis Estellés ha obtenido de su joven equipo una de las mejores orquestas de foso que he escuchado jamás en España, y su contribución al éxito de la noche fue esencial.
© Christopher Webber 2009 Juan José (Pablo
Sorozábal. Texto del compositor, a partir del drama homónimo de
Joaquín Dicenta)
2/III/09 |