El Teatro de la Zarzuela ha cerrado su segunda etapa bajo las órdenes de José Antonio Campos, quien afortunadamente no deja de estar vinculado a la institución ya que pasa a regir el organismo del que dependen éste y el resto de los teatros nacionales. Su despedida ha coincidido con la reposición de la bella producción de Doña Francisquita vista aquí por primera vez en 1998 aunque exhibida previamente en Buenos Aires y Washington. Debería de empezar a ser más frecuente en el Teatro de la Zarzuela la costumbre de reponer sin complejos. Cada producción cuesta mucho dinero y es una auténtica pena por no decir un despilfarro, que no vuelvan a verse más allá del estreno muchos de los montajes. Pero obviamente la política de reposiciones no puede convertirse en una limitación a la política de estrenos. Resulta por ello de nuevo imprescindible clamar por un aumento en el número de títulos programados anualmente. Que un teatro estatal abierto todo el año y dedicado casi exclusivamente a la producción propia tenga sólo cuatro (o cinco) programas líricos cada temporada es algo muy limitante que impide dar pleno sentido a la política programática. Si se quiere abordar género chico, zarzuela grande del S.XIX y del S.XX, opereta europea, ópera contemporánea, ópera antigua y alguna otra fórmula de teatro musical que se salga de las fronteras de la ópera convencional y hacer esto compatible con una adecuada combinación de reposiciones y nuevas producciones es evidente que las cosas no pueden salir con tan pocas obras en cartel. Luis Olmos, el nuevo director del teatro, debería buscar el modo de aumentar el número de montajes con iguales condiciones de calidad artística; con ello se podría dar plenitud al proyecto artístico de este teatro. Volviendo de nuevo a las representaciones de la obra de Amadeo Vives, esta coproducción entre el teatro de la calle Jovellanos y el Teatro Colón de Buenos Aires es una estilizada y brillante lectura plena de color y luz en lo interpretativo y en lo plástico.
Doña Francisquita es una obra clave en la historia de la zarzuela, resultando uno de sus más aclamados logros tanto musicalmente como en el plano teatral. Pero además y sin discutir ninguna de sus virtudes es una obra emblemática por haberse vinculado afectiva e históricamente a una institución y a un cantante muy importantes en la historia de la lírica española: el madrileño Teatro de la Zarzuela, donde hoy la volvemos a ver, y el tenor Alfredo Kraus, a quien desde entonces se asocia la obra. Y el vínculo de la pieza señera de Amadeo Vives con ambos, teatro y cantante, es además simultáneo: Kraus encarnó el papel de Fernando el año 1956 (en lo que supuso además su debut madrileño) cuando la Sociedad General de Autores tras adquirir el teatro decide reabrirlo dedicándolo al género que le dio nombre justo cien años después de haber sido inaugurado. Los papeles principales en las dos veladas que reseño fueron desempeñados con pleno acierto por el mismo cuarteto de soprano, tenor, mezzosoprano y tenor cómico. Milagros Poblador supo conceder a su Francisquita una gracia y elegancia nada reñidas con su labor de manejanta de las pasiones humanas; su excelso canto nos alegró el oído en todo momento. Por su parte Darío Schmunck se mostró vulnerable y sensible; aunque estemos acostumbrados a Fernandos más gallardos, esta lectura del personaje vertebrador de la historia resulta más próxima al espíritu original de la obra. Y es que los libretistas y el músico hicieron perder brío al Lisardo lopesco dadas las escasas dotes escénicas del tenor Juan de Casenave, por otro lado excelente vocalmente, quien debía de estrenar la zarzuela. Schmunck afrontó con arrojo todas las intervenciones cantadas de su inacabable papel saliendo bien parado de todas ellas. Milagros Martín tiene garra en escena e hizo una Aurora la Beltrana de enorme fuerza; vocalmente sin embargo no acabó de acoplarse del todo a este rol. Santiago Sánchez Jericó bordó su Cardona; su límpida línea de canto y su saber decir y hacer hacen de él un imprescindible de la escena actual, donde le esperamos volver a escuchar pronto. Entre los característicos destacamos la Doña Francisca de Trinidad Iglesias y el Don Matías de Alfonso Echeverría que fueron ganando presencia escénica según avanzaba el mes de representaciones. Y es que la reposición quizá adolecía de una cierta escasez de ensayos. El resto de solistas vocales, el coro, los figurantes y el cuerpo de baile cumplieron con nota su cometido. Los figurines de Franca Squarciapino, la escenografía de Ezio Frigerio y la iluminación de Eduardo Bravo, todas ellas en sabia correspondencia, y la dirección de escena de Emilio Sagi no tienen reproche alguno; ocho años después de ser ideadas resultan igualmente admirables. La dirección orquestal de José Ramón Encinar, director titular de la Orquesta de la Comunidad de Madrid orquesta que tiene programación propia al margen de su función como orquesta de foso en este teatro muestra la complicidad del compositor y director madrileño con sus músicos. Satisfacción grande en resumen la que produce ver cómo este teatro cuenta con un producto tan acabado de uno de los clásicos indiscutibles del género zarzuelístico; esperamos poder ver muchas más veces este excelente montaje. Estas representaciones de Doña Francisquita han sido dedicadas por la compañía a José Perera, que fue durante muchos años director del coro titular del Teatro de la Zarzuela así como de los célebres Coros Cantores de Madrid que tantas grabaciones discográficas de zarzuela hicieron. Sirvan estas líneas como reconocimiento a la fructífera labor de este músico en pro del género lírico español. © Ignacio Jassa Haro 2004 Reparto: |